Los amantes de los juegos bélicos del estilo del Medal of Honor están de enhorabuena. Mike McCoy y Scott Waugh nos traen una película sobre un grupo de Navy SEALS que bien podría pasar por un nuevo pack de pantallas para un videojuego. Situaciones de combate al más puro estilo shoot ’em up, emplazamientos repartidos por todo el globo y soldados muy machotes y muy colegas para vendernos la moto de la frase promocional: «Esto no es un juego«, mientras dicen por lo bajini: «Pero no es lo que queremos que creas«.

El que los directores recurran a la primera persona una y otra vez (hasta el punto de marear seriamente al espectador) es sólo uno de los recursos para que nos identifiquemos con los protagonistas. Otro, el más comentado (y probablemente el menos acertado), ha consistido en utilizar como actores a auténticos Navy SEALS en activo. Esto no habría estado nada mal si la película hubiera sido un documental con escenas de acción y los soldados no hubieran tenido que actuar, sino simplemente mostrarnos su trabajo. La cinta habría sido igualmente espectacular en acción y estrategias militares y nos habríamos ahorrado las nulas dotes como actores de este grupo.

Porque es más fácil empatizar con los villanos que con los héroes. Porque son unos desalmados tan malos como el mismísimo diablo, pero al resultar más creíbles en pantalla uno termina casi por comprenderles. Un ejemplo: Los directores nos tratan de vender a Christo (Alex Veadov) como un vil contrabandista, pero para hablarnos de lo difícil que es capturarle y acabar con él nos explican que todo el pueblo le apoya porque con el dinero del contrabando ha construido escuelas y hospitales en la zona. Qué malo el tío.

El guión corre a cargo de Kurt Johnstad (uno de los responsables de 300) y nos ofrece una historia propia de filmes de acción como Los Mercenarios (salvando las distancias que marca la divertida exageración de la que se valió Stallone). El rescate de un operativo de la CIA revela una amenaza mayor de lo que se esperaba en un principio y convierte una misión «normal» en una carrera contrarreloj. Una trama de manual que, si bien no sorprende, es justo lo que una cinta de este tipo necesita para poder funcionar.

Por supuesto, no olvidamos que esta es una película destinada en Norteamérica a reclutar soldados (no en vano esta pagada y producida por el propio ejército). Pero esto no debería haber ido nunca en contra del interés de la propia película. Cuando en 2011 nos llegó Invasión a la Tierra pudimos ver estrategias reales (aplicadas a una invasión extraterrestre, pero reales) y a heroicos soldados sin renunciar por ello a la diversión y a una historia decente.

El problema es que McCoy y Waugh no han sabido ir más allá del discurso de admiración por los militares y terror a los extranjeros que impera en los Estados Unidos desde hace décadas. O al menos no han sabido disfrazarlo. Así, el filme se vendió muy bien en su país natal, pero aquí sólo convencerá a los más fanáticos de las armas y el ambiente bélico.