Una profesora se ahorca en su propia aula sin motivo aparente, por sentimiento de culpabilidad o con afán de reivindicación. Da igual. Lo fundamental aquí es que el mero hecho de que su cuerpo se balancee inerte a los ojos de una de sus alumnas le condena. Aunque aquí juzgar no sirve de nada. A pesar de esa primera escena macabra el filme de Philippe Falardeau retrata el dolor con la misma calidez que la esperanza, como si una fuera consecuencia obligada de la otra. Profesor Lazhar es una maravillosa carta de amor o de agradecimiento a la educación pública que no podía haber venido en mejor momento, justo ahora cuando los políticos han empezado a cagarse en la base del país. No hay futuro sin educación.
Esta película canadiense guarda menos autenticidad que aquel docudrama francés titulado La clase. Profesor Lazhar no tiene la necesidad de aparentar ser real, aquí no hay ningún experimento sociológico. El filme se escuda en la maravillosa honestidad de un guión vacío de trucos narrativos pero repleto de profundas reflexiones. Cada escena transmite una vibrante sensación de vida que constantemente hacer referencia a la débil existencia pausada y repetitiva (sólo en apariencia) de un alumnado traumatizado.
En las grandes películas donde se retratan nexos entre profesores y alumnos siempre hay un docente que rebosa carisma, un protagonista magnético que marcará para siempre la memoria de un grupo de personas en plena etapa de crecimiento mental. En La clase se llamaba François, las guerras lingüísticas que mantenía con sus alumnos ya han pasado a la historia. En La ola era un tal Rainer Wenger el que sometía a sus alumnos a un experimento sociológico macabro que se le escapaba de las manos, esta sí está basada en hechos reales, sin embargo, es la más peliculera de todas. Siempre será inevitable acordarnos del melodramático Robin Williams en esa joya de la cursilería titulada El club de los poetas muertos. En Profesor Lazhar el profesor, Lazhar, es un hombre falto de carisma pero cuya tranquila forma de actuar y su irreprochable conducta a la hora de tratar a sus alumnos como adultos le hacen un personaje irrepetible.
Mohamed Fellag es el actor que encarna a este argelino que busca asilo en Montreal. Su naturalidad, sus pausados gestos y su tímida sonrisa construyen al único profesor de la historia de las películas sobre institutos que no es profesor, sin embargo, su sutilidad y sus dudas a la hora de enfrentarse a las clases hacen de cada una de ellas una experiencia enriquecedora para los alumnos.
Las escenas con el claustro del instituto son inmejorables. El suicidio de una profesora altera a sus alumnos hasta límites muy desagradables y a un profesor le hace replantearse toda una vida dedicada a la enseñanza. Ninguno de los personajes que se dibujan en este guión es arquetípico. Nunca deja de olerse realidad en esta esperanzadora historia sobre un hombre que acepta el puesto que nadie quiere por puro instinto de supervivencia, pero cuya honestidad le convierte en un profesor ejemplar. Como tantos otros en la educación pública. Esa que a los de arriba les ha dado por maltratar.
Profesor Lazhar es un filme rodado con pasión y aunque no es incendiario, la fuerza de su discurso quiebra todos aquellos prejuicios que se tienen con la educación en centros públicos. Afortunadamente a veces surgen películas como esta. Afortunadamente siempre habrá maestros (que no son maestros) como Lazhar.
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