La crisis no agudiza el ingenio, al menos cuando esta repercute en el cine y estamos ante una crisis de ideas. De otra forma no se explica la existencia de El Gato con Botas, spin-off de la exprimida saga Shrek.
Concebido como uno más de los huevos de la gallina de los huevos de oro (valga la redundancia) el film sigue las andanzas de Gato (Antonio Banderas) y una cruzada personal muy particular en la que se topa con disparatados personajes y reinventa los cuentos clásicos que van apareciendo en la historia. Un esquema –lógica y previsiblemente– idéntico al de la saga originaria.
Pese a todo, la película goza de un primer acto muy divertido, en el que coquetea con la vena más gamberra y cómica de sus anteriores aventuras. Vemos a un Gato convertido en el auténtico protagonista de la función, mostrando su cara más canalla y dejando entrever lo bien que se lo tuvo que pasar Antonio Banderas doblando al personaje. Ahora bien, esta vía parece agotarse pronto –por desgracia– y Chris Miller gira hacia el género de aventuras más convencional, con su defensa de la amistad y moralina final incluidas. Un problema porque tira por tierra las buenas sensaciones iniciales. A falta de ideas –o de atrevimiento– nada como ir a lo fácil y no esforzarse.
Por ello, no es de extrañar que asistamos a una consecución de escenas alargadas hasta la extenuación. El ejemplo claro es el duelo entre Gato y su misterioso –y también gatuno– rival. No hay nada que justifique la excesiva duración de esa escena, pero como los espectadores nos tragamos cualquier cosa, todo vale.
El desinterés por el trabajo se hace palpable también en la falta de matices de sus personajes. Con un público sobreexpuesto a propuestas fílmicas de lo más variadas, el crear unos protagonistas tan poco interesantes como los de este Gato con Botas es casi un insulto. De la quema solo se salvan Humpty Dumpty y Gato. Este último porque la película gira en torno a él, no prestarle atención habría sido ya un suicidio completo; mientras, el primero es el único que puede presumir de carisma. Esa mezcla entre bizarrismo y desquicio del personaje lo hace único.
Hay que reconocer, las cosas como son, el buen doblaje –al menos en su versión original– del que goza la película. Lástima que gente de la talla de Salma Hayek o Billy Bob Thornton no puedan lucirse por culpa de sus animados personajes. Y algo que queda claro una vez más, es que el presente del 3D pasa por la animación, siendo el único formato capaz –de momento– de sacarle auténtico provecho a la experiencia tridimensional.
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