El oficio de escritor ha sido siempre bastante recurrido en la literatura (como es natural) y en el cine, generando historias muy interesantes en torno a él. Algunos ejemplos son El Escritor (Polanski, 2010), El Resplandor (Stanley Kubrick, 1980), Memorias de África (Sydney Pollack, 1985), Descubriendo a Forrester (Gus Van Sant, 2000) o Antes del atardecer (Richard Linklater, 2004) por citar unas pocas.
El debut en la dirección de Brian Klugman y Lee Sternthal sigue esta estela y pone en el foco de atención a un joven que, frustrado por el futuro soñado que se le escapa de las manos, cae en la tentación y hace pasar como propio un manuscrito inédito que encuentra por casualidad. Y lo que pretendía ser una novela menor, con el suficiente gancho como para poder abrirse hueco en la industria literaria y que le permitiera desarrollar una carrera, se convierte en un éxito sin parangón y lo coloca en la cima. Pero todo tiene un precio…
El ladrón de palabras aborda dos temas (o luchas) con un gran atractivo. De un lado, la perseverancia y la frustración por alcanzar el sueño de ser escritor, y de otro, el éxito, su consecución y el coste que acarrea. Los protagonistas masculinos del film: Bradley Cooper, Jeremy Irons, Ben Barnes y Dennis Quaid viven sumidos en la angustia, encerrados en los posibles caminos y decisiones que no tomaron y lamentándose por los que sí. Aspecto un tanto deprimente que, a su vez, genera un abanico de grises en el que sus errores se relativizan completamente pero sin caer en la frivolización. Se nos arranca la capacidad de juzgar sus acciones.
Una postura atrevida que, sin embargo, queda como uno de los pocos rayos de luz que nos ofrece la película. Klugman y Sternthal no logran atrapar al espectador. Que nadie espere un thriller ni algún atisbo de tensión que gire en torno a la apropiación por parte de Rory (Bradley Cooper) de la novela. El ladrón de palabras es una historia de gente narrando historias. Es una muñeca rusa en la que cada narrador cuenta la vida de un hombre que a su vez relata otros hechos con un nuevo protagonista.
Y resulta tan emocionante como suena, aunque durante la primera media hora promete, mientras vemos los intentos del personaje de Cooper de convertirse en escritor mientras inicia una vida en común con Zoe Saldana. A partir de ese momento el film empieza a perder fuelle, principalmente por el exceso de narradores. Sin duda, la trama que ocupa a Dennis Quaid y Olivia Wilde es el mayor lastre en este sentido. Sin ellos el fondo de la historia no cambia un ápice, ya que su presencia solo sirve para dar vueltas y reforzar ideas que ya se han puesto sobre la mesa a lo largo del metraje.
La premisa tenía su aquel, pero los derroteros que termina tomando esta y las vueltas que da para contar lo mismo una y otra vez dejan al descubierto una historia con muy poco que decir.
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