Wes Craven es uno de los maestros del terror, se conoce todos los trucos del género y ha sabido conjugarlos de forma imaginativa (Pesadilla en Elm Street) o reinterpretarlos en clave satírica (Scream); aunque también ha sufrido varios traspiés a lo largo de su carrera.
Almas condenadas está a medio camino entre el tropiezo y la irónica relectura de las películas slasher (títulos en los que un psicópata se dedica a perseguir y matar adolescentes). Con esta cinta Craven pone sobre la mesa algunas de las ideas con las que luego haría disfrutar al público en Scream 4 (no olvidemos que Almas condenadas es anterior a la última entrega de Ghostface). Los ingredientes de la misma son los de siempre: un pequeño pueblo, un grupo de adolescentes y un asesino en serie. Elementos a los que suma algunas notas de humor negro.
Así, nos encontramos en Riverton, una pequeña localidad con una oscura leyenda. Hace 16 años un perturbado asesino desapareció tras jurar que volvería para matar a los siete niños que nacieron la noche en que él murió. Novedades pocas, pero desde el mismo prólogo el film deja claro que se ríe de sí mismo y se aprovecha de todos los clichés del género logrando crear un arranque muy trepidante y efectivo.
Para muestra de las intenciones de Craven no hay más que prestar atención a algunos de los diálogos:
– ¿De quién quieres despedirte antes de morir?
– De mi hijo no nacido.
Es imposible tomársela en serio con conversaciones como esta.
Mencionar las pesadillas en Elm Street tampoco es casual. Si con Scream comparte su espíritu, con la saga de Freddy comparte otros dos elementos: el mal sobrenatural que amenaza a los adolescentes y la confabulación de los adultos para guardar un perverso secreto.
Cierto es que después de un primer acto muy prometedor la película pierde el rumbo en el segundo y por momentos confunde su tono por culpa del interés de Craven en describir la vida en el instituto y los problemas personales de uno de los protagonistas. Sin embargo es aquí donde encontramos la escena más impactante e inquietante de toda la cinta: la exposición en clase de un trabajo de ciencias con el cóndor como objeto de estudio. Pero lo mejor es no entrar en detalles para disfrutarla en su plenitud.
Tras el desconcierto del segundo acto, el film acaba mutando a una slasher en apariencia muy convencional, pero las sorpresas que deparan los personajes de Denzel Whitaker y de Emily Meade consiguen que la producción levante el vuelo y recupere el tono irónico inicial.
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