Con mucho acierto, en un intento por impedir que los republicanos suban al poder una vez más y que el aletargado pueblo americano despierte de las mentiras (demócratas y republicanas), Will Ferrell presenta una comedia política antes de las próximas elecciones norteamericanas.
Dos personajes tan alejados el uno del otro como mandan los cánones se presentan a los comicios para representar en el congreso a su estado natal. Cam Brady (Ferrell) ha sido elegido durante 4 mandatos consecutivos y se postula como favorito para conseguirlo de nuevo cuando aparece en escena Marty Huggins (Galifianakis), el perfecto antagonista de lo que Brady representa. A partir de aquí todas las promesas, los actos y los debates más surrealistas que puedan imaginarse.
En la silla de director se sienta el repetitivo Jay Roach. Se ha ganado un nombre dentro de la comedia americana a fuerza de hacer filmes dedicados única y exclusivamente al lucimiento de su reparto. En este caso, y tratándose de Will Ferrell, no iba a ser una excepción. Aunque atesora una capacidad nada limitada para rodar gags con eficacia, es prácticamente imposible notar algo de su sello como firmante del trabajo. En su escasa filmografía destacan todas las partes de la franquicia Austin Powers, así como las dos primeras entregas de la saga sobre el suegro más duro del mundo (entiéndase: Robert De Niro). El único caso de autoría significativa en su haber es el biopic de la cadena de televisión estadounidense HBO sobre la candidatura a la presidencia de McCain-Palin, de nombre Game Change.
El texto está escrito por dos desconocidos guionistas protegidos bajo el ala Ferrell. Chris Henchy por un lado, con algo más de trayectoria a sus espaldas gracias a guiones de películas fallidas como Los Otros Dos (Adam McKay, 2010) y un par de episodios de la genial serie El séquito aporta la experiencia necesaria para escribir el chiste perfecto para su protagonista. Sabe cómo le gustan y cómo explotar su vis cómica al máximo. A su lado está el semidebutante (esta es su primera película y lo único reseñable en su ficha son varios capítulos de la serie producida por, ¡oh! sorpresa, Will Ferrell, De culo y cuesta abajo) Shawn Harwell, quien parece aportarle cinismo y muy mala leche al resultado.
Esta es la sensación que se genera echando un vistazo a los currículos de ambos escritores y prestando atención a la dualidad de los chistes de la película. Por un lado están aquellos que todos esperan ver en una función como ésta: estúpidos, hirientes, sonrojantes y sin pudor ninguno. Pero tiene un añadido importante: se quiere hacer pupa en la administración republicana y desmitificar de forma general la cada vez más ridícula carrera hacia el poder. Se suceden en la pantalla ocurrencias soberbias en forma de puñetazos, vídeos promocionales o peleas (que cada vez parecen menos alejadas de la realidad) que uno no espera ver en un producto como este. Sin embargo, esa agradable sorpresa que son las bofetadas sin miedo se viene abajo con el inevitable sentimiento paternalista que tienen todas las producciones hollywoodienses. Por mucho que quiera acercarse a la realidad y criticarla desde dentro siempre se abrirá un hueco a la esperanza, al todo puede cambiar y ser de color de rosa. Porque, no lo olvidemos, esto es cine para todos los públicos hecho en Estados Unidos. Y además, perdón por la reiteración, lleva la marca Ferrell por todas partes.
Lo que nos lleva al reparto. El protagonista de la cinta indiscutiblemente es él (no repetiré otra vez su apellido). A pesar de ganarse un nombre en la industria entrado ya en años, ha sabido aprovechar su momento. Estrena película todos los años; unas buenas como El reportero (Adam McKay, 2004), otras excepcionales (Más extraño que la ficción [Marc Forster, 2006]) y algunas que deberían indemnizar a los espectadores después de su visionado como es el caso de Embrujada (Nora Ephron, 2005).
Como partenaire tiene a uno de los intérpretes más de moda de la comedia actual, Zach Galifianakis. Este orondo actor tiene el físico perfecto para la bufonada y mucho más intelecto del que sus papeles habituales inducen a pensar. Interpretando a un ingenuo títere político no da lo mejor de sí mismo. Una vez más se nos vende como un pimpollo al que todo el mundo pisotea y el amaneramiento que en Salidos de cuentas (Todd Philips, 2010) arrancaba carcajadas aquí termina por resultar cargante y tedioso.
De no haber estado obligado a dirigirse a un público tan amplio y haberse centrado en explotar toda la rabia que la premisa contiene, el producto podría haber sido una comedia de referencia en lugar de un largometraje al uso muy entretenido.
Deja un comentario: