Niños Grandes 2

Niños Grandes 2: Cómo nos lo pasamos

Por algún motivo al que es difícil encontrarle explicación, Niños grandes (Dennis Dugan, 2010) era disfrutable si conseguía la benevolencia de quien la viese. No aportaba nada más que un simple entretenimiento veraniego cargado de buen rollo y con una mínima cohesión argumental que movía a los personajes. Marca Sandler más cómicos con tirón, bombazo en taquilla. Por lo tanto, era de suponer que una segunda parte vería la luz más pronto que tarde.

 

Bien entrado el verano y con la asfixia del asfalto llega a la cartelera española esa esperable (aunque poco esperada) segunda entrega. La premisa que trae de vuelta a los adultos que se niegan a crecer creados por Adam Sandler y Fred Wolf no es otra que pasar el tiempo juntos en la ciudad natal de todos ellos. Tan falto de exigencia y lleno de negligencias como eso. Los personajes deambulan durante un largo día por el pueblo haciendo estupideces varias sin mucha justificación narrativa y con un humor bastante alejado de lo que pueden dar de sí las mentes detrás de la obra.

 

Niños Grandes 2

 

La retahíla de sandeces (tras tanta tontería, ¿podría acuñarse el término sandlerces?) comienza con un gag sin sentido común, argumental o del humor: Lenny (Sandler) despierta y no solo tiene a la explosiva Roxanne (Salma Hayek) a su lado, un ciervo también está presente en la habitación y ante el nerviosismo imperante enloquece y echa a correr por la casa mientras micciona en la cara de todo aquel que se le pone por delante. Ese chiste marca el tono poco definido (pretende ser ofensivo y para todos los públicos a la par) que seguirá todo el largometraje, lastrado por el cansancio creativo, la poca ambición servicial de dar al público algo de calidad y el saberse a uno mismo exitoso se sirva un plato de heces o un solomillo a las finas hierbas.

 

Con semejante arranque ya se avisa al respetable de que el listón (de haberlo) está por los suelos. El filme tiene el mismo valor (menor, incluso) que un vídeo doméstico donde se muestre una fiesta del equipo responsable de la película. Al menos en ese documento todo valdría y la sucesión de escenas adquirirían un mínimo de coherencia interna, algo de lo que el largo adolece. Sería algo así como la inminente Juerga hasta el fin, donde Seth Rogen, Jonah Hill, James Franco y compañía abrazan la honestidad y no esconden que se interpretan a sí mismos, se echan unas risas y de paso se llevan unos sueldos importantes.

 

Niños Grandes 2

 

El reparto, como no podía ser de otra manera, está lleno hasta la bandera de amigos que se lo pasan genial juntos. El único de la pandilla que no hace acto de presencia por ninguna parte es Rob Schneider, algo que no queda claro si es una bendición o un problema, dado que siempre suele dar juego en chistes dolientes para su persona. Adam Sandler sigue dando muestras de pereza, Kevin James persiste en su intento de dar lustre a su carisma digno de la suela de un zapato, David Spade debe darle las gracias a su amigo por sacarle de la cueva y Chris Rock pierde el maravilloso crédito obtenido como monologuista con cada película que protagoniza. El lado femenino, tratado como un objeto sin más que ofrecer que su cuerpo y su total sumisión, está representado por los pechos de Salma Hayek y María Bello y alguna frase inteligente de Maya Rudolph (que la pobrecita no tiene la misma figura que sus compañeras de reparto). Y entre medias, todo el que quiera echarse unas risas tiene cabida, desde Shaquille O’Neal hasta Taylor Lautner.

 

La película tiene un público definido en España, de ahí que las copias sean todas dobladas, lo cual en según que producto no importa demasiado, pero aquí es de llevarse las manos a la cabeza. La españolización de la mayoría de los chistes (incluyendo una innecesaria caracterización de Los Pecos) hace que se rompa el presumible encanto de los mismos, restando más que aportando comprensión.

 

El viejo dicho «segundas partes nunca fueron buenas» se ve aquí refrendado a la máxima potencia, mucho más si se tiene en cuenta que la primera tampoco era ninguna obra maestra.

 

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