De cuando en cuando surgen pequeñas películas que logran escapar del circuito de festivales y se estrenan en salas. Otra Tierra, el primer largo de Mike Cahill, es una apuesta formalmente experimental (en parte), llevada a cabo con poco dinero y que explota las posibilidades que le ofrece la postproducción.
Con ello, nos encontramos ante un drama muy intimista cuyo punto de partida –la aparición de un nuevo astro que resulta ser una Tierra idéntica a la nuestra visible a plena luz del día– es la excusa para tratar los conflictos internos de la protagonista y hablarnos de la redención, el perdón y las segundas oportunidades.
Este planeta espejo no es más que el envoltorio del film, el background de una historia que aprovecha una premisa puramente sci-fi para reflexionar sobre la conducta humana. Pero, a pesar de lo que se podría esperar a priori, apenas tiene incidencia en lo que se nos cuenta, lo justo para que la trama avance hacia uno u otro lado. En buena parte del metraje este extraordinario acontecimiento es ignorado por completo; no es lo que le interesa a Cahill.
La función principal de esta otra tierra es la de servir de una obvia y explícita metáfora visual de la protagonista y las segundas oportunidades.
En su apartado visual, la película no deja indiferente a nadie, aunque determinados planos retocados en exceso en postproducción seguidos de otros casi «vírgenes» sin venir a cuento, desconciertan más que otra cosa. Con una fotografía de tonos fríos y un ritmo pausado y a veces muy contemplativo, queda claro que Cahill ha gozado de una gran libertad creativa.
Por ello, es una lástima que esa libertad y ese riesgo que toma en la forma no lo haya llevado hasta el contenido, limitándose a contar lo que en el fondo no es sino otra historia de redención personal.
De cuando en cuando aparecen pequeñas películas que logran escapar del circuito de festivales y se estrenan en salas. Otra Tierra es una de ellas y dar una oportunidad a este tipo de propuestas nos ayuda a descubrir otra forma de ver y hacer cine.
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