Por fin solos

¡Por fin solos! Kasdan, el mejor (y aburrido) amigo del hombre

Nueve años llevaba el bueno de Lawrence Kasdan sin dirigir o escribir algo para la gran pantalla y ahora vuelve con ¡Por fin solos! bajo el brazo, en la que nos cuenta la unión de los miembros de una gran familia a través de la búsqueda de la mascota familiar.

 

Una mujer con síndrome del «nido vacío», que no es capaz de aceptar que sus hijas se hacen mayores y que su marido es un apasionado de su trabajo, encuentra un perro que se convierte en parte de la familia y que, al perderse, lidera en su ausencia la reunión del clan, en la que acontecen verdades incómodas y se ablandan las corazas.

 

¡Por Fin Solos!

 

Esta premisa podría resultar simpaticorra para un director sin mucho que decir pero con algo de conocimiento tras las cámaras. Sin embargo, cuando es Kasdan el apellido que aparece en los créditos cabe esperar algo más. No es el que padre de Jake Kasdan sea el mejor director de todos los tiempos pero por una razón u otra todo el mundo le trata con respeto y se ha ganado un prestigio que no se adquiere con mediocridades como ésta.

 

Una de esas razones puede ser su labor como guionista. Ha firmado la mayoría de las películas que ha dirigido pero pasará a la posteridad como el autor del libreto más sólido de la saga galáctica por excelencia, El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1988), entre otros títulos de gran éxito. En el guión de ésta que ahora nos ocupa es notoria la experiencia pero la originalidad y el ritmo fallan cuando durando hora y tres cuartos le sobran veinte minutos.

 

¡Por Fin Solos!

 

En su faceta de cineasta, su filmografía se compone de joyas como Reencuentro (1983), historias entretenidas del calibre de French kiss (1995) o Mumford (1999) y descalabros ininteligibles en su haber como Dreamcatcher (2003). Este último filme no tiene la frescura de Mumford (aunque el uso de la animática en la escena del sueño del personaje de Keaton resulta sorprendente) pero tampoco es un despropósito, el problema es que tanta corrección se torna rápidamente en aburrimiento.

 

El paquete con el que ha envuelto el acabado, no obstante, no podría ser mejor. Unas localizaciones que quitan el aliento con las Montañas Rocosas presentes en cada plano hacen que el aire acondicionado de la sala de cine parezca puro como el de la sierra.

 

El lazo lo pone el reparto, repleto de nombres conocidos y buenos obreros con poco reconocimiento. La pareja protagonista está conformada por Kevin Kline y Diane Keaton. El primero anda un poco perdido mientras encuentra cómo afrontar la edad; ya no es ese tipo atractivo que desplegaba carisma y en ésta, su sexta colaboración con Kasdan, está correcto pero más estirado de lo que el papel le exige. Por su parte, nadie duda de la capacidad actoral de la señora Keaton pero a medida que los tropiezos en sus elecciones de proyectos se van haciendo más constantes, se siembra cierta duda de si la ñoñería y las manías insoportables con las que se trazan sus personajes no serán cosa de ella misma, y ésta, por desgracia, no es una excepción. Pese a los esfuerzos del guión por hacernos empatizar con la quejumbrosa y apenada dueña del perro no cabe otra opción que brindar un «pobrecito» cada vez que Kline aguanta el chaparrón.

 

El resto del plantel no desluce, con caras televisivas como las de Mark Duplass (de la serie The League y director con su hermano de, entre otras películas, Cyrus [2010]) y Elizabeth Moss (Peggy en Mad Men); la eternamente alegre Diane Wiest (Eduardo Manostijeras [Tim Burton, 1990]) y el enorme Richard Jenkins (The Visitor [Thomas McCarthy, 2007]) quien poco a poco va ganándose el reconocimiento merecido.

 

¡Por Fin Solos!

 

Una pregunta ronda la cabeza tras acabar el visionado: ¿qué tiene que ver la traducción del título en español (en especial esos signos de exclamación) con el original Darling Companion o con la trama de la película?

 

La incursión de Kasdan en el género perruno (aunque solo sea como premisa argumental) le ha quedado descafeinada, sosa y aburrida, pese a contar con bastantes atractivos para haber dado más de sí.

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