Stoker

Stoker: Hitchcock y las arañas

India Stoker (Mia Wasikowska) es una sensible e introvertida chica que pierde a su padre en un accidente de coche el día de su 18 cumpleaños. De forma inesperada, Charlie (Matthew Goode), tío del que no conocía su existencia, se presenta en el funeral y se queda en la casa familiar. De primeras India se muestra perturbada por la creciente tensión sexual entre Charlie y su madre, Evelyn (Nicole Kidman), pero luego ella también es seducida por su misterioso encanto.

 

Este es el punto de partida de Stoker, turbador relato sobre la identidad y el paso a la edad adulta (o el despertar sexual) con fuertes ecos del Hitchcock de La sombra de la duda y El otro de Robert Mulligan. Así, quienes conozcan estas referencias se pueden hacer una idea muy acertada (al menos a un nivel superficial o en lo concerniente al rol de Matthew Goode) de las intenciones del director surcoreano, muy interesado por como se mueve esta desestructurada familia ante la tragedia y la aparición de quien no deja de ser un extraño para ellas; un morboso y perverso interés del que nos hace partícipes atrapándonos con sus imágenes y su sentido metafórico.

 

En este sentido Stoker, aún cuando en su desarrollo es algo predecible (explicación en flashback incluida), esconde más de una lectura gracias a sus imposibles y enigmáticas analogías. La más evidente (y también la más interesante) es la relación que se puede establecer entre el personaje de Mia Wasikowska y las arañas. Estas funcionan como metáfora de la depredadora que hay dentro de India; un «dentro de ella» que se nos muestra (si es literalmente o como insinuación depende de cada uno) en una determinada escena. Sobre esta idea de India como una araña se dan numerosas vueltas, siempre de forma visual a través de la composición de sus planos. Así, sirven de muestra, por ejemplo, este en el que como si estuviera suspendida en su tela, observa a las que podrían ser sus presas. O la que sigue a estas líneas, en la que la vemos recostada sobre su cama, rodeada por un montón de cajas de zapatos, dispuestas como patitas que rodean su cuerpo.

 

Mia Wasikowska en Stoker

 

La lucha por la identidad y el conocimiento de los propios límites siempre ha sido una constante en el cine de Park Chan-wook, por lo que elementos como el ejemplar de La vida de Pi que lee India no solo plasman esta percepción sobre el director, sino que subrayan el viaje interno que hace la protagonista. Y claro, este autodescubrimiento que realiza no sería completo sin una maduración física, más aún cuando la historia comienza el día en que legalmente ya se la puede considerar adulta. Recurrentes planos de distintas flores y sus pies (como marca la buena tradición freudiana), vendrían a reflejar la sexualidad en ciernes de la joven (latente casi siempre aunque con momentos de tensión en los que lucha por refrenar sus impulsos) que alcanza su cenit en la soledad de una ducha nocturna, justo después de que su tío Charlie se «descubriera» ante ella en una escena cargada de la brutalidad definitoria del director. Todo siempre enmarcado en un ambiente de irrealidad, en el que se contraponen ideas como la inocencia, el amor o el sexo con la violencia o la locura, lo que genera siniestras sensaciones.

 

Esto se refrenda en la apariencia de oscuro cuento gótico que le da a la historia el director y el guión de Wentworth Miller (quien además de planos para salir de «Prison Break», parece que tenía tatuados sugerentes relatos). La casa en la que transcurre la acción se comporta como un personaje más que enfatiza el aislamiento, la falsedad y la alienación de esta peculiar familia respecto al hostil mundo exterior. De esta forma, el instituto se vuelve un lugar tormentoso y frío como pudieran ser los centros otros films protagonizados por outsiders como Donnie Darko o Brick. Mientras, el «acogedor» hogar se comporta como un escenario onírico, alucinógeno, fuera del mundo (que nadie se asuste si le viene a la mente Lewis Carroll y su Alicia, menos aún, cuando su última encarnación en pantalla está en el centro de todo). Impresiones en las que la arriesgada edición y apartados técnicos como la faboluosa fotografía o la dirección artística no hacen sino ahondar.

 

Mia Wasikowska, Nicole Kidman y Matthew Goode en Stoker

 

Y si hablamos de familias retorcidas, hay que mencionar de nuevo a Hitchcock y su influencia en el film de Park Chan-wook. Más allá de sus guapos villanos y de forma menos tangible que La sombra de la duda, Psicosis se encuentra también en el fondo de esta retorcida fábula. El director juega con las ideas recogidas en aquel film y les da un significado mucho más perverso. Volvemos a la ya mencionada ducha y la errada precognición que nos invita a sentir en ese momento, o al interés familiar en la taxidermia. Gran parte de los postulados defendidos por Stoker no tendrían la misma fuerza si no fuera por el talento interpretativo de su protagonista, en uno de sus mejores papeles hasta la fecha, bien secundada por una Nicole Kidman muy cómoda en estos proyectos al margen de las majors y un embaucador Matthew Goode.

 

El primer largo producido en EEUU de Park Chan-wook, autor de culto gracias a su trilogía de la venganza o Soy un ciborg, es una clara carta de intenciones de su director, que no parece dispuesto a sucumbir (no del todo) a los cantos de sirena de Hollywood y sus directrices. Exquisita a nivel técnico, la frialdad malsana de la que hace gala la propuesta puede no congeniar con el público multisalas, más preocupado porque sus palomitas no estén demasiado saladas.

 

Acerca de Daniel Lobato

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El padre de todos, pero como a Odín, se me suben constantemente a las barbas. Periodista de vocación cinéfila empecé en deportes (que tiene mucho de película) y ahora dejo semillitas en distintos medios online hablando de cine y cómics. También foteo de cuando en cuando y preparo proyectos audiovisuales.

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