Kevin James no es Ben Stiller. Ni Adam Sandler. Ni Will Ferrell. Ni siquiera es Owen Wilson o Jack Black. Kevin James funciona como actor de reparto, arropando al protagonista de turno o rodeado de varios personajes en una comedia coral; pero no funciona como centro de la historia. Su ego y su carisma no van a la par, el primero lo tiene por las nubes y el segundo no existe, algo que ya demostró por ejemplo en Superpoli de centro comercial (2009) o ahora en Zooloco.
En este intento de comedia, el actor (además de co-guionista y productor con, entre otros, Adam Sandler) se junta con un grupo de animales parlantes, dos mujeres de cartón piedra, unos compañeros y amigos con la misma profundidad de una charca y un guión que hace aguas por todas partes.
Un cuidador en un zoo, sin más aspiraciones en la vida, que no ha podido superar su última ruptura ¡después de cinco años!, cuyo carisma reside en sus buenas intenciones y su alarmante torpeza, que habla con un grupo de animales cada cual más pirado y cuyo mejor amigo es un gorila (no, no hablamos del Planeta de los Simios, aunque bien podría tratarse de Simiosis)… ¿de verdad es un personaje interesante? Y lo más sorprendente ¿Rosario Dawson coladita por él? ¿En serio?
Lo más grave no es nada de lo apuntado hasta ahora; lo más grave es que en una película donde los animales son los que empujan al protagonista a actuar, los momentos más divertidos se dan cuando estos no aparecen. Y aún así le cuesta horrores levantar alguna sonrisa.
En una cinta en la que la evolución de los personajes (los que la tienen) se produce por arte de magia (el enamoramiento de Rosario Dawson se percibe, literalmente, por un solo gesto), es muy difícil encontrar nada reseñable. Y si encima el doblaje tira de regionalismos como presentar a un cuervo con acento andaluz para levantar la función es que algo no funciona bien.
El único análisis posible de una película como Zooloco es hacerse esta pregunta: ¿por qué?
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