El Capital

El Capital: La obvia dictadura de los bancos

El capital tiene en su mayor virtud su gran problema. Hacer de fácil digestión una trama en la que la especulación y los tejemanejes de los grandes bancos es la esencia de la función es entrar en terrenos pantanosos. Y aún así, Costa-Gavras sale airoso, pero a costa de las florituras narrativas.

 

Nos presenta a un tipo sin escrúpulos que, al hacerse cargo de uno de los bancos más importantes de Francia, no duda en hacer los cambios que considere necesarios, sin importar amigos ni moral. Sin embargo, ni una persona tan carente de sentido de justicia y con tanta capacidad de justificación puede desoír las palabras de sus benefactores y es entonces cuando el conflicto explota.

 

A través de Marc se nos relata cómo la codicia de los banqueros nos ha llevado a todos a la situación actual de crisis económica. El ascenso de un hombre sin principios (o con algunos éticamente dudosos) es la caracterización ideal para que el director de la cinta explique sin paliativos su visión de la caída del estado de bienestar.

 

Natacha Règnier en El Capital

 

Con la realidad presente, muchos términos económicos están en boca de cualquier ciudadano medio que vea los telediarios, sin llegar a comprender muy bien qué significan. La película profundiza en esos términos y los amplia facilitando la comprensión al espectador. En cada secuencia de exposición del argumento se hace necesario explicar una y otra vez a qué se están refiriendo y el uso de metáforas que asemejen las altas esferas con el pueblo llano. La más manida, y parte de la promoción de la cinta, es aquella que revierte el significado de la loable misión de Robin Hood: «seguiremos robando a los pobres para dárselo a los ricos«. Y es de agradecer, pues la película es totalmente disfrutable tanto si conocemos el intrincado proceder de la economía mundial como si los números y sus tecnicismos nos han repelido durante años. Imagino que así será para aquellos que sí se manejen como pez en el agua en estos lares, pues el libreto se basa en una novela escrita por Stéphane Osmont, un hombre que ha vivido desde dentro el mundo financiero.

 

Ahora bien, tan masticado quiere ofrecérnoslo, tan transparente es la obviedad que directamente se olvida del gusto por el misterio y la elucubración. Gavras tiene a sus espaldas un reconocimiento como cineasta comprometido, activista y mordedor, todo ello acompañado de saber hacer, de no esclavizar la trama al mensaje, y alardear de su maestría en la combinación exquisita entre vericuetos dramáticos y el bofetón de realidad. Parece que la primera parte de su profesionalidad la tiene realmente clara y no hay un mejor momento que el actual para denunciar la soberanía del dinero; las conciencias estarán de su parte y no está obligado a adquirir una postura moralizante para convencer. Es la parte de la sutileza en los giros, la riqueza en el uso de los ingredientes a su disposición la que lastran el resultado. Las subtramas son pura evidencia, el arco del protagonista es casi nulo y se echa de menos más peso en algún secundario.

 

Gad Elmaleh e Hippolyte Girardot

 

El reparto está encabezado por el tan en boga últimamente Gad Elmaleh quien utiliza todos los recursos que su físico le ofrece para crear un personaje desdeñable, cínico y manipulador. Tan bien representa esta parte del rol que llega a jugar en su contra cuando intenta ofrecer una cara más amable del personaje, no dejan de resultar esfuerzos fútiles a la hora de encariñarnos con él de alguna manera. Le secunda un perfecto Gabriel Byrne que además de aportar una cara conocida y prestigio deja su sello en una interpretación sin grandilocuencia pero notable.

 

Un largometraje necesario, duro y comprometido, que bajo los cánones prehistóricos del narrador de historias cumple ya que entretiene y estruja conciencias, pero al que, en pleno siglo XXI, necesariamente debería exigírsele más.

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