En la Niebla

En la Niebla: Difícil de digerir

Bielorrusia es una tierra de la que sabemos pocas cosas. En cine es poco pródiga, debido, en gran medida, a que sus profesionales tienen por costumbre emigrar a Rusia para desarrollar su carrera. Las pocas películas que se hacen en el país suelen ser de género bélico, concretamente contextualizado en la Segunda Guerra Mundial, época que ha dado lugar a tantas obras en la historia del celuloide.

 

En este caso, el rememorarla está más que justificado. La ofensiva nazi tuvo un efecto totalmente devastador en la Unión Soviética de aquel entonces, siendo la República Socialista Soviética de Bielorrusia la región más castigada. Es de entender que para algunos resulte casi una obligación ejercer memoria histórica y mostrar al mundo el sufrimiento de sus antepasados y la crudeza de aquellos acontecimientos. Sergei Loznitsa, un director de trayectoria ligada al documental, es el hombre que lleva a cabo esta misión, rindiendo cuentas, de algún modo, a su lugar de procedencia. Su cinta no ha pasado desapercibida: se alzó con el premio de los críticos y los periodistas del sector en el Festival de Cannes.

 

Pero En la niebla no es ningún homenaje a sus compatriotas, sino un desolador relato de denuncia. Lejos de buscar la confrontación directa entre invasores e invadidos, el argumento es sorprendente: la visita de dos partisanos a un compañero a causa de su inexplicable liberación a manos de los captores nazis. Por lo pronto, merece especial atención la forma de rodar del director, el cual se muestra estricto en la forma (no suena ni una pieza musical en todo el film) pero exasperante en el fondo.

 

En la Niebla

 

Y es que Loznitsa huye de artificios que adulteren el contenido, filmando de un modo austero e intencionado. Sabe perfectamente que lo que cocina a fuego lento clama por una pizca de sal, pero prefiere centrarse en la pureza de su propuesta. Por desgracia, el esfuerzo en retratar fielmente una situación de vida o muerte queda desmerecido ante una trama que avanza con poco brío y que tira de flashbacks tan crueles como innecesarios, y que quizá podrían haberse dejado intuir y haber sido descartados del metraje final. Un metraje que es, en gran parte, silencio. Este elemento prima claramente ante la acción, convirtiéndose en un protagonista más y llevando mucho implícito consigo: es la dolorosa carga del protagonista; es la incertidumbre de ser atacado en cualquier momento; es la interminable espera; el alma en vilo; y, también, la muerte.

 

En el plano interpretativo, destaca el trabajo del protagonista, Vladimir Svirski, un fornido rubio que consigue reflejar en su rostro el peso de la desconfianza de sus coetáneos y la pena de alejarse forzosamente de su familia.

 

A efectos finales, solo nos queda admirar la habilidad de Loznitsa en el encuadre, dando lugar a planos de apreciable belleza visual y auténtico frío siberiano. Por lo demás, se sigue echando en falta algún tipo de rumbo y quién sabe qué, en una película que reúne alicientes de sobra para poder haber dado algo más de sí.

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