Mientras en Inglaterra comienzan a plantearse el cierre de sus fronteras a los emigrantes griegos, en Francia llevan ya muchos años haciendo de la exclusión social su mejor arma contra los extranjeros. Hasta el punto de que ciertos empleos son impensables según sea tu nacionalidad de origen mientras que otros buscan unas nacionalidades muy específicas.
Esta realidad es la que Olivier Baroux (Safari, Les Touche) se propuso allá por 2010 denunciar en su país a través de una comedia que relata las peripecias de un hombre de mediana edad de Marsella, pero de origen argelino, que llevaba años haciéndose pasar por italiano para poder trabajar en un concesionario de Maserati.
Pero contar un drama de este calibre y hacer reír a la vez es todo un reto que difícil de manejar. Baroux recurre a un buen guión escrito en equipo para vendernos una simpatiquísima comedia que no renuncia al tirón de orejas hacia su público. Aunque también hay que admitir que, en ocasiones, el tono cómico de la cinta ahoga la crítica hasta el punto de que sólo los más avispados saldrán del cine con la palabra «racismo» en la boca.
Los diálogos son uno de los puntos fuertes del filme. Han sido escritos por el propio Baroux en colaboración con Jean-Paul Bathany y Stéphane Ben Lahcene y se entremezclan con un guión a cargo de Éric Besnard (Babylon A.D.) y Nicolas Boukhrief que deja varios cabos sueltos, pero que tiene la suficiente soltura como para hacernos disfrutar de una comedia fresca y fácil de digerir en estos meses de verano.
Sin embargo todo habría quedado en agua de borrajas de no estar presente el gran Kad Merad (Los Chicos del Coro, Bienvenidos al Norte) para poner su talento y su expresividad al servicio de la historia. El personaje de Dino/Mourad se beneficia hasta tal punto de Merad que uno no sabe si llegado el caso, habría actuado de igual manera, pero resulta difícil creer que cualquiera habría afrontado los reveses con la misma entereza y naturalidad que el protagonista de este filme.
La historia se completa con una banda sonora repleta de éxitos italianos que, si estamos atentos, constituyen un buen arsenal de bromas en sí mismos (aunque no entendamos nada de este idioma) Queda por ver si el producto final tiene en España (y dos años después) el éxito que cosechó en Francia, a pesar de tratarse de un producto mucho más dirigido para los paladares galos que para los españoles.
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