Alberto Ammann, Adriana Ugarte y Álex González. Tres de las caras más guapas de nuestro cine se unen a Daniel Calparsoro para protagonizar Combustión, el nuevo intento de nuestra industria de hacer un cine comercial con un llamativo aspecto visual, un estupendo sentido del entretenimiento y un guión que tira hacia lo mediocre. Vamos, Michael Bay estaría orgulloso. Combustión vendría a ser un cruce entre A todo gas y 3 metros sobre el cielo. Unas referencias que sirven para hacernos una idea de sus intenciones, pero que se queda en un burdo intento de imitación de las mismas.
Y ahí está el mayor pero de esta propuesta, no es capaz de ofrecer nada nuevo, se limita a copiar cosas de aquí y allá para formar un pastiche con más giros y curvas que una carretera secundaria. En todo momento la película quiere jugar a la confusión, a darle vueltas de tuerca al guión para intentar sorprender al personal cada cuarto de hora. Pero claro, en esta estructura narrativa en forma de montaña rusa se va más veces hacia atrás que hacia delante, lo que hace que la trama vaya del punto A al C para retroceder al B y luego otra vez al C. Es decir, si una de sus múltiples «sorpresas» nos ayuda a avanzar, la siguiente devuelve a los personajes al punto inicial para dar otro volantazo al libreto que, en el mejor de los casos, reitere en la propuesta de aquella primera sorpresa. Relleno y reiteración para una historia que intenta complicarse con el fin de disfrazar su absoluta simplicidad.
Combustión hace aguas por todas partes, con y sin premeditación. Una de las mayores contrariedades está en la música compuesta por Carlos Jean. Decente, ideal para darlo todo en la pista de baile, pero muy mal integrada en la película. Porque no puede ser que en medio de una conversación entre los protagonistas escuchemos una canción que distraiga toda la atención de lo que sucede en escena. Ahondando en otras taras del film no podemos obviar el escaso sentido de la espectacularidad de las carreras. La única explicación plausible para justificar que los coches parezcan andar a pedales y que una carrera de Los autos locos tuviera muchísima más emoción está en el miedo de los productores a rayar alguno de los coches de gama alta de los que presumen todos los personajes. Vehículos de «mírame pero no me toques. Y si lo haces a más de diez metros, mejor que mejor«.
Con un Ammann que deja su insulsez habitual para irse al otro extremo y construir un personaje pasadísimo, o un Álex González con el piloto automático en funcionamiento, es Adriana Ugarte la que nos deleita con la interpretación más golosa. Ari, en su «privilegiada» posición de centro del triángulo amoroso es la única que parece creerse realmente el mundo de spot publicitario en el que viven.
Seamos honestos y dejemos de dar rodeos, Combustión no es una buena película, pero y pese a todos sus fallos, funciona y se hace bastante entretenida. Los que gustan de las «americanadas» que nos vacían el cerebro a cambio de un poco de diversión irán sobre seguro con esta, y los que critican la sobreexhibición de esas mismas puñaladas que cierran el paso al buen producto nacional tendrán que guardar sus consignas apoyando a otra película.
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