Sin desmerecer el resto de su obra, decir que Silencio en la nieve es la mejor película de Gerardo Herrero hasta la fecha no es aventurarse demasiado. Lo es por valentía, trabajo e interpretaciones.
Valentía. El tiempo de los emperadores extraños era un apetecible caramelo al que nadie quería hincar el diente por culpa de dos palabras: división azul. En un país tan atrasado como es España, hablar de los nacionales es casi un pecado capital, a no ser que sea para vapulearlos. En esta país gobiernan las apariencias, por eso muy pocos han sabido ver que el atractivo de la novela de Ignacio del Valle no estaba en sus protagonistas, sino en su historia. Salvo Gerardo Herrero.
Visionada Silencio en la nieve, queda claro (no deja ningún ápice de duda) que esta misma historia podría haberse narrado en cualquier otro punto del frente y con otros protagonistas: italianos, alemanes, americanos, franceses… el que nuestros «héroes» sean miembros de la división azul es un simple contexto. En ningún momento se hacen juicios de valor al respecto. Aunque claro, el público más obtuso ve conspiraciones donde no las hay y si quiere encontrar un discurso crítico (o al contrario, una idealización del bando franquista) lo buscará hasta en los créditos finales.
Por este triste motivo, el film de Herrero es valiente. Mientras en Francia hace ya muchos años que se puede narrar abiertamente cualquier historia sobre la guerra, aquí seguimos mirando al pasado con odio y complejo sea cual sea el bando.
Algo incomprensible en una película que basa su discurso en el thriller. Porque Silencio en la nieve es un thriller policiaco en un contexto bélico. Pero no por ello descuida la ambientación y la documentación. Aquí encontramos uno de los grandes atractivos de la cinta, todo está cuidado hasta el mínimo detalle lo que nos ayuda a comprender y aprender como vivían los españoles que lucharon contra los soviéticos en la segunda guerra mundial. Un episodio por el que se pasa de puntillas en nuestra historia.
Ahora bien, entre tanta caza al asesino se esconde un trasfondo que va más allá del color de una bandera, ideología o creencia… y es el absurdo de la guerra. Si bien la paradoja de buscar a un asesino en medio de un conflicto ya habla por sí misma, el epílogo asienta el mensaje y lo pone en primer término.
Trabajo. Gerardo Herrero y su equipo han dejado muy poco espacio para la improvisación (en lo que se refiere a la preproducción y planificación del rodaje). Así, las frías tierras lituanas pasan como regiones de la madre rusa (cierto es que en un tiempo pasado fueron solo una) y los interiores (rodados en Alicante) casan muy bien con todo lo demás. Los uniformes, los tanques reales… se respira la verosimilitud en el ambiente. El trabajo de fotografía está muy cuidado, retratando algo tan intangible como es el frío.
Sin embargo no todo es digno de halago. Hay determinadas secuencias en las que el doblaje al alemán canta más de lo debido y se nota que las voces que escuchamos no son las de los actores reales. Y si lo son lo mejor es que no se vuelvan a doblar a sí mismos.
Por otra parte, si bien la historia está focalizada hacía descubrir quien es el asesino dentro de las filas españolas, el excesivo misterio del que se dota al pasado de sus protagonistas (sobre todo al de Juan Diego Botto) juega en contra de la película. Y es que se va creando un interés en el personaje y su vida que se queda sin complacer, distrayendo la atención en momentos puntuales. La curiosidad es una fuerza irrefrenable y más cuando se sabe que se está escondiendo algo.
Hay además una suerte de subtrama amorosa entre Juan Diego y una lugareña que no aporta nada en absoluto. Su omisión en la sala de montaje no habría dolido a nadie salvo a la actriz afectada. Insustancial.
Interpretaciones. No hay nada que se le pueda reprochar al trabajo de casting, en el que destaca su pareja protagonista: Carmelo Gómez y Juan Diego Botto, que se complementan perfectamente. Juan Diego modula su voz y le da un tono distinto al que nos tiene acostumbrados y Carmelo se muestra muy campechano. Se echa en falta, sin embargo, que no interactúen más entre sí. Son pocos los momentos que comparten en pantalla, ya que llevan la investigación cada uno por su lado y se juntan para comentar los avances, pero se echa en falta un poco más de «compañerismo» policial.
Un detalle interesante sobre el acting lo encontramos en la famosa escena de la violeta (o ruleta rusa). Dicha escena estaba planificada de otra forma en el papel y no fue hasta llegar a los ensayos con los actores cuando se modificó. Tanto, que el soldado húngaro no tenía diálogo en un primer momento. Siempre quedará la duda de cómo habría sido la escena rodada según los planes iniciales, pero no cabe duda de que es una escena con mucha fuerza.
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