Suelo incluir en mis reseñas un par de frases de cada cómic, una manera como cualquier otra de situaros y tratar de tentaros a su lectura. No lo haré en esta ocasión por el simple motivo de que Son es un cómic mudo en el que Ramiro Fernández Borallo hace gala de una casi infinita galería de expresiones faciales y corporales para dotar a sus personajes del diálogo que las palabras les han negado. Esta habilidad, amén de otras virtudes, le han valido a este licenciado en Bellas Artes sevillano el Premio Desencaja que otorga el Instituto Andaluz de la Juventud en su edición de 2015.
Son nos lleva a un mundo post-apocalíptico en el que un padre y su retoño luchan por sobrevivir mientras buscan la manera de abrir una suerte de portal que les permita reunirse con su familia lejos del erial en el que ha quedado convertida la Tierra (a manos de los robots si nos dejamos guiar por la descripción que hace de este tomo Dibbuks en su web). Nuestros protagonistas harán lo que haga falta para seguir adelante, aunque ello les coloque frente a decisiones que cuestionen su propia humanidad movidos por esta ansia de huir de la segura muerte que les espera en un páramo dominado por bandas de salvajes que luchan, como ellos, por la supervivencia según la ley del más fuerte.
No hacen falta las palabras porque Fernández Borallo nos muestra como en una situación tan extrema el ser humano queda reducido a poco más que un animal movido por instintos. Sólo la compañía de los que más queremos impide la transformación definitiva del hombre en bestia. Quizás es por ello también que las únicas caras reconocibles que vemos a lo largo de la historia son las del padre y el hijo y no las de los bandidos con los que se encuentran en el camino, reducidos ya al puro instinto, a cazadores eficaces y letales a los que sólo el trabajo en equipo y el sacrificio por el prójimo pueden doblegar.
Pongo en el título de este artículo lo del ‘storyboard perfecto‘ porque, finalizada su lectura, Son me parece material de primera para una aventura cinematográfica. Contiene los detalles justos de camaradería, drama y ciencia ficción para triunfar como película de género en manos de un director hábil. Me encanta encontrarme con cosas así de vez en cuando (y me alegra que haya editoriales como Dibbuks que apuesten por ellas), porque demuestra una vez más que dentro de nuestras fronteras hay muchísimo talento esperando a ser descubierto y existen ideas que rivalizan con las de las todopoderosas productoras hollywoodienses.
Desconozco las influencias de Fernández Borallo y puede que me equivoque de cabo a rabo, pero mientras que la estética no deja de recordarme (vagamente) de alguna manera al universo Star Wars, los modales del cómic ‘mudo’ traen a mi recuerdo esa maravilla que trajo al mundo Masashi Tanaka allá por los 90 y que se titulaba Gon. Dibbuks acompaña a este tomo con una agradable galería de bocetos y diseños preliminares para contentar a los más exigentes. Son se trata de una interesante puerta de entrada al universo creativo de un artista que aún tiene mucho por ofrecer.
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