«¡En el mundo no hay suficientes balas señora!«
En el mundo del cómic de superhéroes siempre han sido bien recibidos los seres sobrenaturales. Algunos como los vampiros o los zombies han sufrido mil y una adaptaciones y modificaciones (Yo, Vampiro y Amor Inmortal por los primeros y La Noche de los Búhos o Marvel Zombies por los segundos sin ir más lejos) pero los grandes personajes permanecen, se renuevan y siempre vuelven.
Tal es el caso del monstruo de Frankenstein. La novela de 1818 de Mary Shelley me pareció extraordinaria, pero muy corta en comparación con lo que mi imaginación adolescente me sugería cuando la leí por primera vez hace años. Sin embargo, su longitud se debía a que en dicha obra primaba la reflexión filosófica y moral sobre la aventura y el terror que hemos mamado desde críos. El moderno Prometeo era la semilla de un mito, el germen o la idea primordial sobre la que luego se han construido mejores y peores historias.
De esta manera, cuando en Año Cero: La Oscuridad se nos presenta al personaje todos tenemos una imagen prefabricada de él en nuestra imaginación y los autores tienen ya medio trabajo hecho a la hora de presentarnos a un personaje atormentado, sí, pero que ya hace mucho tiempo que dejó atrás sus penas y que ha decidido consagrar su vida a defender las causas en las que él cree. Esto se traduce en que, aunque aquí le veamos al servicio de la misteriosa S.H.A.D.E., sus afiliaciones puedan ser más o menos difusas en función de los objetivos compartidos.
«S.H.A.D.E. no negocia con terroristas«
Esta lealtad a medias es uno de los puntos débiles de este cómic. Lo que podría haberse sido una relación al estilo de la estupenda Escuadrón Suicida: El Origen de Harley Quinn se convierte en un continuo tira y afloja entre el protagonista y Padre Tiempo (la colegiala ninja que dirige S.H.A.D.E. en la sombra… y perdón por el chiste malo). Esta tensión mina en parte la evolución de un personaje que, por otra parte, ya ha tenido un par de cientos de años para madurar por su cuenta. El otro problema, bastante más grave, al que se enfrenta la obra de Jeff Lemire son sus propios secundarios.
Lo podemos ver en la portada del tomo. A Frankie le acompaña todo un ejército de seres a cada cual más monstruoso y tópico: el hombre-lobo, la momia, el vampiro… Todos ellos secundarios más o menos resultones que irían bien para darle un toque de excentricidad a cualquier otro cómic por separado, pero que juntos se antojan demasiados y, dado el extremo protagonismo de nuestro descompuesto amigo, raquíticamente definidos.
«¡El hombre verde habla demasiado!«
Los mejores capítulos de este extenso tomo los vemos, si embargo, cuando Frankenstein se «libra» de las cadenas de S.H.A.D.E. El doble número de OMAC y el crossover en Men of War ofrecen mucha más frescura que los ocho números de la serie madre del constructo. Allá por el número #4 de la Liga de la Justicia Oscura veremos al personaje compartir páginas con Constantine y los suyos. A ver entonces cómo encaja.
Un último apunte (y uno muy positivo) se merecen las portadas de la colección. A caballo entre los homenajes al cine clásico de terror y el más puro y duro pulp, las ilustraciones de J. G. Jones seguro que os dejan boquiabiertos. Son dignas de decorar la pared de cualquier habitación.
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