Si Sam Peckinpah hubiera dirigido Tiburón en lugar de, por otra parte, el talentoso y benigno de Spielberg, sin duda alguna lo primero que hubiera hecho es romper en varios trozos el guión de la primera entrega, escrito de forma un tanto mimosa por Peter Benchley y Carl Gottlieb y pasar directamente al de la cuarta parte, Tiburón, la venganza, llevado a cabo por el inspiradísimo Michael de Guzmán, cuya prosa recuerda a la de aquellos viejos relatos de aventuras de la serie Belgrama o la de la serie de televisión Tras la puerta del ocaso.
Como expresa su título, esta película trata de una venganza. Una venganza articulada milimétricamente por un cerebro matemático y paciente.
Si el Max Cady de El Cabo del miedo se caracterizaba por su astucia, por su capacidad de esperar la oportunidad adecuada, la estrella de esta película comparte estas mismas destrezas. Un pobre animal al que la familia Brody ha arruinado su vida dejándolo huérfano y sin hermanos durante las tres tormentosas entregas anteriores.
¿Planteamiento psicotrónico o simplemente brillante?
Creo que a estas alturas la respuesta está más que clara y más en una época en la que aplaudimos supuestas proezas de reinvención como la que ejecutó Christopher Nolan con su Caballero oscuro, dándole nuevo cuerpo y alma al viejo Batman, el cual había quedado desgastado por las insensateces de Burton y Schumacher, respectivamente.
Estamos ante un film adelantado a su tiempo. Una autentica joya que en su momento fue infravalorada y que aun a día de hoy se ve con desconfianza…
Es decir, con envidia.
Tiburón, La venganza es un título perfectamente intercambiable por el de:
La venganza del tiburón. El cuál define su sinopsis.
Nos encontramos ante un film épico muy en la línea de Kramer contra Kramer. Tenemos a dos familias enfrentadas. Por un lado la familia humana, los Brodys, esta vez con la ausencia del malvado jefe del clan: el Martin Brody de la primera y segunda parte que fue interpretado con cinismo por Roy Scheider. En esta ocasión la batuta reside sobre el carpenteniano Lance Guest, que interpreta al hijo mayor de Martin Brody y que sigue el legado de su padre, que no es otra cosa que asesinar y torturar a escualos sin piedad. La relación paterno-filial de estos sujetos está muy cercana a la de Norman Osborn y a su hijo Harry, vista en los comics de Spiderman (y luego en los films). Y por otro lado tenemos a la víctima de la función, el último descendiente de la familia de tiburones, los Bruces.
No nos engañemos, Joseph Sargent, el director que firma la cuarta entrega del escualo más famoso del mundo, le debe mucho a Sam Pekinpah. Podría decirse que Tiburón la venganza, es Perros de paja pero en el océano. Se ha cambiado la cabaña en la que moraba Dustin Hoffman con su malintencionada esposa por un barco (de madera, a modo de guiño). El personaje de la mujer es exactamente el mismo que el de la esposa de David Sumner (es rubia también, lo que no es baladí) y caben destacar esas escenas donde la mujer mira de forma muy extraña al mar… Como si desease en ciertos momentos que el tiburón la devorase… Como podrá observar el avispado lector esto es todo un guiño a la obra maestra de Pekinpah.
Dejando de lado las solemnidades, también hay tiempo y lugar en el film para las notas de humor. Aquí están guiadas por el magnífico Michael Caine (film determinante para que Nolan, posteriormente, se inclinara por él para que interpretara al impertinente de Alfred) que da cuerpo a una especie de Indiana Jones Post Vietnam. Un piloto aventurero, mujeriego, sinvergüenza llamado Hoogie. Como dijo el poeta Dennis Louison en su tratado del amor/odio: es un tipo que siempre va a la caza de unas bragas a la francesa. Para el recuerdo nos quedan algunos de sus comentarios desternillantes, como el que viene a continuación:
«Ahí el verano es muy frío… Yo una vez pasé uno en Boston… Aún tengo un pedazo de pierna que no se me ha descongelado del todo«.
Brillante, simplemente brillante.
A modo de conclusión cabe decir que uno al terminar de ver esta película se queda con una sensación de cierto vacío existencial. De cierta ambigüedad moral… De hallarse a la deriva como los personajes de esta inolvidable película. Y es que es una gran verdad ese dicho popular:
«A veces te comes al tiburón, pero otras veces el tiburón te come a ti«.
Deja un comentario: