Después de disfrutar enormemente con Nimue, la obra de debut de Aldara Prado, volvemos a acercarnos a los mitos artúricos de la mano de Norma Editorial, que publica El caballero del dragón, de Emanuele Arioli y Emiliano Tanzillo. Alta fantasía en torno a la mesa redonda, el santo grial y un caballero desconocido.
«¿Pero qué idea es esa?«
El interés del cómic radica, de hecho, en la presentación de Sivar (o Segurant en la leyenda original), personaje «descubierto» por Arioli en una investigación llevada a cabo durante la última década y cuyo resultado, además del cómic que tenemos entre manos, son un documental, una novela, un cuento infantil y dos ensayos. Tanto en el prólogo como en el epílogo del cómic, el autor da cuenta de esta investigación, su importancia dentro de la historia de la novela europea y se referencian el resto de obras del propio Arioli sobre el tema. En este sentido, El caballero del dragón es una estupenda aproximación al imaginario del Rey Arturo. Quién iba a decirnos que en pleno s.XXI seguiríamos descubriendo nuevos aspectos de este mágico rincón de la cultura europea.
El problema del cómic es que Arioli es investigador, teórico, pero no guionista. La lectura resulta entretenida porque en todo momento están sucediendo cosas, la acción no se detiene en ningún momento. Pero ni los personajes tienen interés, ni todos los hitos de la aventura están justificados. La elipsis es un recurso más complicado de dominar de lo que parece, es fácil cortar más de la cuenta y dejar al público sin parte de la información necesaria. Y es lo que le sucede a esta obra. En muchas ocasiones bastaría con dos o tres viñetas más por secuencia para contextualizar y dar entrada a la acción, para que esta fluya y se construya de forma más natural.
En vez de eso, tenemos el resumen tipo que hacíamos en nuestra época estudiantil con párrafos señalando los hechos más importantes, pero sin conectar unos con otros. Esto provoca que haya momentos que parezcan deux ex machina y que haya un esfuerzo constante por parte del lector de aceptar cómo verosímiles giros y situaciones sin construcción previa. Esto se traslada también a los personajes, estereotipos de la aventura y la fantasía histórica en la que se enmarca el relato, fluctuantes según necesidades de la trama. El lector más o menos avezado podrá adelantarse a roles de personajes y escalas de la aventura sin temor a equivocarse.
Arioli se engolosina de su descubrimiento e intenta abarcar más de lo que puede. Lo ideal, en este caso, habría sido ceder o colaborar con alguna pluma más experimentada para darle consistencia -e interés dramático- a la adaptación. Es una pena, máxime cuando el trabajo artístico de Emiliano Tanzillo sobresale tanto desde las primeras páginas.
El caballero del dragón es una curiosidad para completistas de los mitos artúricos, pero como cómic de fantasía y aventuras es una propuesta bastante escasa; más aún teniendo presentes otros ejemplos de reciente publicación como la citada Nimue.
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