No sólo eso, el director no es novato en este terreno sino que ejerce los mismos roles en la primera parte y tiene en su haber diez episodios de la serie dirigidos y la friolera de treinta y uno escritos. Para entender esto hay que conocer, al menos en parte, la lógica de la serie y el grueso de las tramas principales. Sexo en Nueva York se ha mostrado siempre como serie abanderada de los aspectos más frívolos de un grupo de mujeres que, bajo una fachada de egolatría esconden un verdadero grito de libertad y declaración de principios en defensa de las mujeres de cualquier lugar y condición. La serie fue un auténtico hito en lo que a telecomedias se refiere y un referente para hombres y, en su mayoría, mujeres. La forma en que se trabajó con esa idea y las reflexiones de la serie, en la que el Patrick King participó como productor, son las que sirven para hablar de ese cine de autor. Cierto es que no es el cine de autor al que se nos tiene acostumbrados, más experimental y más intimista, pero la defensa de un mensaje y la preocupación por el mismo nos dan una idea cercana al género.
Es una pena, porque a fin de cuentas, los personajes no son los que empezaron y el cambio que han sufrido ha sido para encarnar el insulto fácil y el tópico más aburrido. Donde Sarah Jessica Parker nos daba la oportunidad de ver a una mujer segura de sí misma, independiente y satisfecha, nos muestra ahora a una mujer que no sabe dónde se ha metido, por qué está ahí, llena de dudas e intentando modelar a un marido de ensueño, encontrándose de cara con una vida que no es la suya. La película nos lo intenta justificar, nos dice que Carrie no comprende el compromiso del matrimonio, que no es más que una niña caprichosa que quiere vivir locuras, pero lo que nos dice en el fondo es que la vida de una mujer sólo se ve realizada en cuanto que encuentre el amor romántico. Las demás sufren unos cambios similares, si bien Charlotte siempre había apuntado maneras en esa dirección, y esa era su gracia, su forma diferente de ver las relaciones. Miranda sigue sin saber qué hacer con su vida y la solución, una vez más, se dibuja en forma de un hombre, un compromiso y un hijo. En el caso de Samantha, el retrato es aún más desgarrador. Es la única que mantiene su estado de independencia y su total libertad sexual, pero el personaje se convierte en esta entrega en un secundario cómico y absurdo creando la caricatura de una mujer obsesionada por el sexo y que se autoengaña hasta el consumo de nada más y nada menos que cuarenta y cuatro pastillas diarias para mantenerse joven. El personaje que en un momento pudo traernos a la mente a una Susan Sarandon como Louise Sawyer se convierte en el Steve Stifler más excéntrico.
Quizá haya una tercera entrega, lo cierto es que la historia ha dado mucho de sí y pide a gritos que se deje como está. Conocer el final de estas mujeres es conocer el lado malvado de las relaciones de pareja y el compromiso, vendidos, de forma desleal, como un ejemplo de conducta.
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