«Está bien carcelero… Dales lo que quieren«.
Estas fueron las últimas palabras de Melvin White, ejecutado a los 55 años en el Estado de Tejas en 2005. Con cuatro palabras (cinco en inglés) White hizo a la vez un retrato tosco y preciso de la sociedad occidental. Ese «lo que quieren» es el pan y circo del siglo XXI, ahora que nos falta algo de pan por algo llamado crisis, llega a nuestras pantallas una dosis de circo elevada a la máxima potencia. Para compensar.
¿Y quién mejor para una ración de espectáculo circense que Sylvester Stallone y sus colegas del cine de acción? Bajo la tutela del responsable de títulos tan… particulares como Con-Air, The Mechanic o Tomb Raider (Simon West) el actor, guionista y director de la película de 2010 se junta con viejos y nuevos amigos para rizar aun más el rizo de los Mercenarios y traernos un espectáculo vacío en significado, pero repleto de explosiones, sangre y chascarrillos. Circo puro y duro que, en lo más profundo de nuestros seres, es todo cuanto queremos.
Lo más conveniente a la hora de ir a ver Los Mercenarios 2 al cine es vaciar completamente la cabeza de pensamientos racionales y dejarnos llevar por la orgía de músculos, pistolas y testosterona desbordada que West ha tenido a bien dirigir. El guión, obra conjunta de cinco personas (Stallone entre ellos), es lo de menos y en el fondo igual habría dado que se nos presentase una colección de sketches. Lo que honradamente se nos propone desde el primer trailer y hasta el último minuto de la película son toneladas de acción a la vieja usanza para jugar con nuestra nostalgia.
Para lograr el efecto deseado, West ha contado con ese «poblado de feos tipos duros» que describió hace meses Stallone en una entrevista y ha podido echar mano de un Arnold Schwarzenegger deseoso de volver al cine ahora que su carrera política ha terminado, de un Jean-Claude Van Damme tan excéntrico como aparenta y del héroe de los foros de Internet: el indomable Chuck Norris. Mientras que éste último colabora básicamente a modo de cameo y por reírse un poco de sí mismo (que nunca viene mal) los otros dos tienen varios proyectos a la vista y ésta ha sido una oportunidad magnífica para ir calentando motores. Un filme en el que no se ha exigido mucho de ninguno y en el que han podido desarrollar a sus personajes a su manera antes de encargarse de títulos más serios o elaborados.
Los grandes beneficiados de esta «reunión de colegas» somos los espectadores, que nos encontramos con un plantel que transmite su buen rollo al público y hace que las casi dos horas que dura la película se nos antojen terriblemente cortas.
Con todo, Los Mercenarios 2 pierde frescura frente a su predecesora. El anterior filme llegó en 2010 como un regalo para los fans del cine de acción de los 80-90, una pequeña gran joya que tuvo mucho más éxito del que se esperaba inicialmente. Sin embargo, para los 80 millones que costó, «sólo» logró recuperar 103 en la taquilla estadounidense. Una cifra que, aunque se vio duplicada por la taquilla internacional, no logró que pudiéramos calificar a Los Mercenarios como un ÉXITO con mayúsculas. La segunda parte trata de paliar esto estableciendo pocas conexiones con su predecesora, de manera que cualquier nuevo espectador pueda visionarla sin necesidad de haber visto la otra, pero sigue siendo la misma cinta de tortas y tiros sin el factor de novedad que impulsó a la previa.
¿Entonces debemos ir o no a ver los Mercenarios 2? Pues sí. Porque reivindica un cine simplón y divertido que cada vez cuesta más encontrar, porque nos permite ver juntos al mayor grupo de tipos duros de la historia del cine y porque, volviendo al principio del artículo, esta es la clase de circo que más necesitamos en una época en la que el pan nos va faltando. De perdidos al río.
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