A los críticos nos encanta busca referencias en todo lo que vemos para justificar así nuestro trabajo. En Infierno blanco tampoco podían faltar, y son dos: ¡Viven! (Frank Marshall, 1993) y Centurión (Neil Marshall, 2010). Contra lo que os pidan vuestros impulsos, no os llevéis las manos a la cabeza. Todo tiene su explicación.
Joe Carnahan nos propone una historia de supervivencia protagonizada por un grupo de sobrevivientes a un accidente aéreo en las inhóspitas tierras de Alaska. Como en el film protagonizado por Ethan Hawke el frío extremo y la falta de alimentos son peligrosos enemigos para los desafortunados héroes de esta epopeya. Estos, sin embargo, son el menor de sus problemas, ya que una manada de lobos quieren darles caza. Así, comienza una carrera a vida o muerte, una persecución en la que los últimos resquicios de una legión romana liderada por el omnipresente Michael Fassbender ceden aquí su lugar a un pintoresco grupo de hombres anónimos comandados por el héroe de acción del s. XXI, Liam Neeson; mientras que los despiadados pictos de la poco habladora Olga Kurylenko son sustituidos por unos crueles lobos con ansias de sangre. En ambos casos el frío es un fuerte condicionante ambiental y, para su desgracia, tanto Fassbender como Neeson están atrapados en medio de territorio enemigo.
Sentadas las bases nos podemos hacer una idea muy aproximada de que es lo que nos podemos encontrar en Infierno blanco. Joe Carnahan construye un relato muy entretenido, con situaciones inverosímiles o unos personajes previsiblemente arquetípicos pero muy bien seleccionados en el casting. El film con todo su apartado técnico bien cuidado potencia los escasos medios de los que dispone (costó 25 millones de dólares) e intenta ofrecer más profundidad, no se queda en el mero divertimento. No se limita a seguir a sus protagonistas en su particular cruzada contra la que parece una muerte segura, sino que a través de sus nevadas imágenes y –sobre todo– de un inconmensurable Liam Nesson evoca esa lucha de obstáculos por la vida y el mundo interior de un personaje marcado por una penitente soledad y una fortaleza (o fragilidad) puesta a prueba.
Como si de la teniente Ripley se tratara (acudir a referencias fílmicas es inevitable), Neeson se erige en el único capaz de liderar la campaña y hacer frente a una amenaza latente (esos lobos cuales aliens) que mientras infunde el miedo en el cuerpo va esquilmando a la desdichada expedición miembro a miembro hasta llegar a un impresionante clímax que resume la brutalidad de una propuesta a la que contra todo pronóstico la etiqueta de comercial no le sienta del todo bien y que se resume en esta cita del film: Una vez más, combatiré la última gran pelea de mi vida. Vivir y morir hoy. Vivir y morir hoy.
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