Pijas y vampiras. Así se puede definir al cuarteto protagonista de Somos la noche, thriller pseudofeminista de ultratumba del afamado Dennis Gansel (La ola, 2008) sobre una outsider que descubre los placeres y terrores que se esconden tras la mordida de una vampiresa encaprichada de ella.
La película plantea una realidad [SPOILER] libre de vampiros. Las féminas han acabado con ellos porque su falta de discreción ponía en peligro a la especie, convirtiendo a estas en un selecto grupo de apenas un centenar [FIN SPOILER]. Liberadas de cualquier tipo de ataduras, las vampiras llevan una existencia hedonista, sucumbiendo principalmente a los placeres de la noche… y las compras.
La feminidad en Somos la noche se materializa en (o se reduce a) el lujo y el amor. Esto se refleja a la perfección en el personaje de Karoline Herfurth, quien es presentaba como una suerte de Lisbeth Salander que muta en una neófita sofisticada, amante de la buena vida y abierta a enamorarse. Algo extensible al trío que la convierte.
Las vampiras de la historia (las cuatro) viven a todo trapo, no se privan de nada, haciendo realidad todas sus fantasías materiales para mitigar la desazón que les provoca su deseo más profundo, el único inalcanzable: el amor. Este sentimiento efímero no es compatible con la inmortalidad vampírica, a pesar de lo cual nuestras protagonistas no cesan en su empeño de alcanzarlo. Solo quieren dar y recibir amor, y la muerte es la única salvación posible. Por ello la tientan continuamente.
El amor es el motor de la historia, pues Louise, la líder del grupo vampírico, convierte a la desdichada Lena con la esperanza de encontrar en ella a su compañera perfecta. En el personaje de esta matriarca (interpretada por la seductora Nina Hoss) se perciben influencias clásicas como la de Carmilla, relato del novelista gótico Sheridan Le Fanu (1814-1873) e incluso (si vamos a referentes pop) del Antonio Banderas de Entrevista con el vampiro y su interés por Brad Pitt.
Todo esto enlaza con el esfuerzo de Dennis Gansel y el coguionista Jan Berger en recuperar cierto espíritu de las historias de vampiros alejadas de los culebrones seriados a los que nos estábamos malacostumbrando en los últimos años por la omnipresencia de producciones como True Blood o Crepúsculo. Con un tono que coquetea con el terror (la transformación de Lena) y el erotismo (el coqueteo de Louise en la discoteca) y marcado por la melancolía de sus personajes, Somos la noche también se desmarca de títulos como Déjame entrar y su crítica intrínseca, abrazando de lleno las convenciones del género marcadas por la eterna Drácula (Francis Ford Coppola, 1992).
Si a nivel narrativo Somos la noche se muestra continuista y no arriesga; a nivel visual el director se postula para un eventual salto a Hollywood (si no está ya en ello) gracias a una realización que recoge lo mejor del cine de acción europeo, con especial referencia a Luc Besson (influencia reconocida por los propios responsables del film).
Este título de largo recorrido (el guión estaba escrito en 2000) estrenado en tierras alemanas en 2010, no parece que vaya a tener una vida muy dilatada en nuestras pantallas, pero es un ejemplo más de que en Europa se hacen entretenidas propuestas en el cine de género.
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