Lo que ahora se consideran problemas serios relacionados la salud mental, tratados con un casi reverencial respeto, hasta hace no mucho eran el caldo de cultivo ideal para abordar el terror desde las más variadas perspectivas. En el cine tenemos ejemplos como la trilogía del apartamento de Polanski, la siempre socorrida Psicosis de Hitchcock o slashers tipo La matanza de Texas de Tobe Hooper. Y en el terreno del cómic o manga encontramos obras como Su Frankenstein.
Protagonistas con algún tipo de condición o trastorno que no saben o no pueden gestionar y que desencadena la tragedia. Porque en todas ellas, desde el punto de vista del monstruo o villano, la vida es una tragedia.
«Se han vuelto a meter contigo, ¿verdad?«
Norikazu Kawashima se mueve en estos términos a la hora de afrontar la tragedia de Tetsuo y Kiriko, quienes mantienen una relación tóxica como ninguna otra. Ambos se retroalimentan de la debilidad del otro, conduciéndoles a un camino lleno de resentimiento y miedo abocado a una deshumanización compleja y completa.
Los ejemplos dados antes no son baladí, ninguno de ellos, pues en todos ellos encontramos a personajes condenados sin remedio a la locura a medida que se consumen en sus propias psiques (los casos de Repulsón y El quimérico inquilino son paradigmáticos), obsesionados con una figura o ideal imposible de replicar (ahí tenemos a Norman Bates y «su amor»), y usan máscaras que ocultan sus debilidades y les permiten liberarse, ajenos a las normas que rigen la sociedad (Leatherface, una suerte de Frankenstein moderno, no dejaba de ser un niño sumido en su propia realidad).
Tetsuo y su historia tienen mucho de todo esto y así lo refleja Kawashima que, no en vano, presenta al personaje en medio de un punto de inflexión que trastorna todo su mundo. El terror en Su Frankenstein viene dado tanto por la espiral en la que se sume su protagonista (aquí entran en juego los elementos más fantasmagóricos de la narración), como de la incomprensión de la que es víctima, atacado constantemente por un entorno que lo moldea desde el desprecio y la condescendencia.
El terror está marcado por la tragedia. Y es esta la que habla al lector, que empatiza -no sin cierta incomodidad- con un personaje que se va rompiendo poco a poco hasta llegar a un punto imposible de recomponer y del que solo caben dos salidas, aunque ambas marcadas por un mismo desenlace: acabar consigo mismo.
Este Frankenstein, al igual que el monstruo original (Frankenstein era el doctor) visten una fragilidad de la que es imposible no compadecerse, aunque es cierto que al de Kawashima se le puede echar en cara cierta autocomplacencia en su rol de víctima, porque siempre es más fácil lamentarse que luchar y, en el caso que nos ocupa, lo fácil empuja también hacia la fatalidad.
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