Un momento, ¿los de La Noche Americana hablando de videojuegos? ¿Acaso saben algo del tema?
No, amigo. No tenemos ni idea. Pero sabemos un poquito acerca de contar historias (llevamos casi diez años cuando escribo estas líneas entre películas, series y cómics) y actualmente muchas de las mejores historias se cuentan en los videojuegos. Muchas, incluso, saltan más tarde al cine, la televisión y la viñeta. Así que nos ha parecido un paso natural escribir de vez en cuando sobre juegos que nos hayan interesado especialmente, desde un punto de vista que tratará de alejarse de los aspectos técnicos y de jugabilidad (a no ser que sean especialmente relevantes) para tratar de ceñirse al viejo arte de contar aventuras que nos hagan viajar con la mente a lugares lejanos o a escenas cotidianas desde un punto de vista único.
Dicho esto, me veo en la obligación de hablar sobre un juego con un par de años a sus espaldas, pero absolutamente disfrutable en este casi agonizante 2018. Me refiero al Firewatch, la apuesta con la que la desarrolladora Campo Santo nos conquistó a muchos en 2016 a través de plataformas como Steam y que también se ha dejado caer por el mundo de las consolas de última generación.
Llegó a mis manos con la etiqueta ‘Walking Simulator‘ (simulador de paseo en castizinglish) y ese mismo concepto me llevó a probarlo poco después por aquello de seguir con la guasa.
Me duró poco la broma.
Firewatch comienza sólo con texto y unas cuantas decisiones sencillas. Te ponen en la piel de Henry, un tipo corriente con una vida corriente hasta que un terrible drama personal lo lleva a huir hacia adelante, aceptando un trabajo solitario como guardabosques en el Bosque Nacional de Shoshone (Wyoming). Este mazazo inicial te quita pronto el jolgorio del cuerpo y te prepara para recorrer los senderos que llevan a tu torre de vigilancia con un ánimo algo más introspectivo. Pronto, tus preocupaciones iniciales se ven sustituidas por el día a día rutinario del trabajo que has aceptado, pero los ecos de un siniestro misterio pronto comienzan a perseguirte y a hacer que la soledad de la naturaleza se te antoje tan asfixiante a campo abierto como lo sería la clásica mansión a oscuras de los relatos de terror.
La verdadera maravilla del Firewatch, más allá de los detalles técnicos como ese aspecto al que cuesta hacerse en un principio, pero que pronto logra que no nos imaginemos el juego con otra gama de colores u otra resolución, es su capacidad para sumergirnos en la historia que nos está contando. Porque vamos a ver, durante las seis u ocho horas que dura (no es especialmente largo ni complicado) tenemos a un único personaje recorriendo parajes hermosos, sí, pero también deshabitados e incluso hostiles y resulta un tanto complicado sumergir al personal en el monólogo interno de un hombre de mediana edad. Para paliar esta atronadora soledad Campo Santo se saca de la manga a una compañera en forma de una voz al otro lado del walkie-talkie reglamentario. A esta persona (Delilah se llama, como si importara su nombre) le vas a contar tus temores y tus tristezas. Y así, mientras el misterio agarrota tu garganta y seca tu boca, el verano que Henry pasa en el bosque se convierte en un viaje necesario de autoconocimiento en un momento crítico en su vida.
Y ahí reside la verdadera fuerza de esta historia. Porque a la vez que Henry va curando las heridas de su corazón, nosotros mismos crecemos y apreciamos lo maravillosa que es la vida en las pequeñas cosas. La relación con Delilah, esa voz amiga con la que discutiremos, reiremos y a la que llegaremos a temer en algún momento, no es más que un espejo contra el que reflejar los problemas de Henry (y de hecho, esto será especialmente relevante en los últimos instantes del juego). No estamos ante un juego de rompecabezas o batallas épicas, sino ante una historia humana contada bajo el calor del sol del verano mientras caminamos por los infinitos bosques de Wyoming. La sencillez de la misma y su cercanía a las vivencias personales de muchos de nosotros son los ingredientes que le bastan para hacernos vivir en primera persona todo por lo que pasa su protagonista.
Dejo para el final una banda sonora tranquila y agradable que suena genial (la estoy escuchando de nuevo mientras escribo este artículo) y que contribuye a esa sensación de inmersión en un juego que nos lleva lejos de las grandes ciudades para encontrarnos con nosotros mismos, enfrentarnos a nuestros fantasmas y volver a la civilización más sabios… y ligeramente tostados.
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