Con La guerra de los botones Christophe Barratier ha vuelto a rodearse de niños como ya hiciera en su exitosa ópera prima Los chicos del coro. A este respecto hay que reconocerle su atrevimiento (ya conocemos el tópico de no rodar con animales ni con infantes) y su talento innato para sacar de ellos lo que quiere. Además, está el valor añadido que supone que muchos de estos niños no se hayan enfrentado antes a una cámara.
A pesar de esto, que en la mayoría de las ocasiones es un hándicap, los jóvenes debutantes lucen como auténticos profesionales. A ello ayuda, sin duda alguna, el excelente plantel de adultos que les arropan: Laetiti Casta, Guillaume Canet, Gérard Jognot o Kad Merad entre otros. Todos estos nombres, que en cualquier otro proyecto serían cabeza de cartel, aquí ceden su talento a una historia que a pesar de su ingenua premisa, esconde muchas lecturas.
Barratier ha adaptado una novela de Louis Pergaud cuyo argumento gira en torno a la batalla que libran los niños de dos pueblos vecinos en la que las victorias se miden por los botones que les logran arrancar a sus enemigos. Sin embargo, en una decisión muy inteligente, el cineasta ha querido dotar de otro significado a la historia trasladándola a un contexto muy concreto: la Francia ocupada durante la 2ª GM. De esta forma, consigue que la guerra deje de ser un juego de niños y alcance otra dimensión.
A través de los extremos a los que llegan los niños en su particular contienda podemos hacernos una idea de lo que un adulto es capaz de hacer cuando está en guerra. Aquí Barratier nos hace partícipes de su fuerte crítica y nos recuerda el valor de la inocencia.
La guerra de los botones juega con un tono muy alegre y colorido en lo que es un fábula que esconde un trasfondo oscuro y dramático. La guerra va más allá del odio y las ideologías (en el caso de los adultos) o de los botones (en el de los niños), sino que cada uno de los personajes tiene que librar su propia guerra interior, ya sea para recuperar algo que se perdió en el pasado, para demostrar su madurez o para ser aceptado. Pero todos estos elementos, motivaciones o sentimientos que fácilmente podrían conducirnos por el sendero del drama y el sufrimiento; son narrados a modo de conmovedora fábula que nos invita a pensar en la esperanza.
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