En las barriadas de Casablanca, en plena pobreza, ignorancia y polvo, resurge el odio, la ira, el rechazo a lo diferente… En un lugar reflejado con tanta animadversión facilita que sus habitantes vayan hacia el lado más radical de lo (in)humano, como el terrorismo.
Nabil Ayouch dibuja a una colectividad desde dentro, aquella que tiene acceso más fácil para tornar al radicalismo, ¿Cómo aparece tal germen? Él cineasta hace una versión de cómo surgieron los atentados sufridos en Casablanca el 16 de mayo de 2003. El guión centra su argumento en Yachine, un chaval residente en Sidi Moumen, un poblado de chabolas a las afueras de Casablanca. Su madre se ocupa de los cuatro hijos mientras que el padre está en estado depresivo. Uno de sus hermanos mayores está en el ejército y el otro es autista. Hamid, tres años mayor que él, será el que más le influencie a lo largo de su vida. Años más tarde, a Hamid, un líder nato y cabecilla del grupo, le encierran. Al salir de la cárcel el chico se ha convertido en un islamista radical e intenta “captar” tanto a Yachine como a sus otros amigos. El imán Abou Zoubeir les convencerá que han sido elegidos para ser mártires de Alá y para ello les dirigirá en el arduo entrenamiento, tanto físico como mental.
Ayouch explica lo previo a este suceso sin escaparse de los acontecimientos relevantes de los últimos años, como el ataque del 11-S. Sin embargo, la fuerza de su ejercicio narrativo lo hace poniéndose del lado humano. Como se conoce el desenlace, prefiere asombrar con otra mejor baza, la realidad. Por ello cuenta con un elenco actoral no profesional. Se coloca apoyando a las víctimas sin dejar de lado lo impactante. Con las formas recuerdan casi a un documental; expone una vida –la de Yachine– con pocas expectativas ante el porvenir: habiendo nacido en los barracones y con poco acceso a la formación, apenas puede aspirar a cortejar a la chica que le gusta, porque la familia de ésta querrá casarla con un partido mejor. En sus edades de niños el fútbol se mezcla con atrocidades, y al crecer todos sueñan con huir y comentan las jugadas de otros pocos afortunados que han cruzado el Estrecho. Al crecer la miseria les ahoga
La película es una reivindicación hacia tantos y tantos jóvenes sin futuro, cuya salida es ser reclutado. Es fácil dejarse alistar morando en esa circunstancia; normal, les prometen el paraíso con tan sólo pulsar un botón… El filme no deja de ser impactante aunque se exceda con tanto detalle para situar en contexto al espectador. No hay duda en que esos planos aéreos describen una geolocalización con una (carente) cultura, unos hogares, unas familias sumidas en la desesperación,… Hay pequeños soportes, como la religión, una opción que puede dar sentido a sus vidas.
En esta crónica sobre un atentado, Ayouch no deja cabo suelto para hacer una reivindicación sobre un pueblo: Enseña los innumerables contras de una sociedad necesitada delante de la cámara: odios, violencia, maltrato a los homosexuales, situación de la mujer, etc. No sólo el mensaje está cuidado, la imagen queda acorde con su reflexión: los detalles se cuidan tanto en guion como en la decoración para explicar los retrasos culturales y tecnológicos. Todo mostrado en un montaje soberbio y siguiendo al personaje cuando debe y moviéndose al son de la acción y la historia.
La panorámica de Ayouch ha recogido sus frutos: la coproducción marroquí-franco-belga se ha pasado por varios festivales recolectando premios como la Espiga de oro en Valladolid. Habrá pecado de detallista, pero tales honores han sido merecidos.
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