Anarchy: La noche de las bestias
Título Original: The Purge: Anarchy
Director: James DeMonaco
Guión: James DeMonaco
Reparto: Frank Grillo, Michael K. Williams, Zach Gilford, Kiele Sanchez, Carmen Ejogo, Nicholas Gonzalez, Zoe Borde, Edwin Hodge, Amy Paffrath, Keith Stanfield, Brandon Keener, Branton Box, Niko Nicotera, Carla Jimenez, Mike Jerome Putnam
EEUU / 2014 / 103′
Productora: Blumhouse Productions / Universal Pictures / Platinum Dunes / Why Not Productions
The Purge, estrenada el pasado ejercicio, representa uno de los mayores fracasos narrativos que se recuerdan de la última década. Concebida como una película de bajo presupuesto llamada a reventar taquillas, constaba de una premisa hipnótica…
The Purge, estrenada el pasado ejercicio, representa uno de los mayores fracasos narrativos que se recuerdan de la última década. Concebida como una película de bajo presupuesto llamada a reventar taquillas, constaba de una premisa hipnótica con tantísimo potencial que el resultado final no podía más que decepcionar siendo como era una amalgama de errores, tanto visuales como de guión, sin originalidad ni fuerza. Más bien terminó por ser un producto más, aburrido y sin gracia.
Sabedor de lo abrumador de tal premisa, James DeMonaco, director y guionista del filme, se puse manos a la obra con la secuela en cuanto los productores vieron que el filón del artefacto era comparable a sagas recientes como Paranomal Activity o, yendo un poco más atrás, Saw. No en vano, la casa que produce el invento es Blumhouse, especialista en terror de presupuesto irrisorio afincada en el éxito y acostumbrada a entregar secuelas cual churrero trabaja cada año nuevo.
Por tanto, más pronto que tarde (demasiado), aparece en escena Anarchy: La noche de las bestias, continuación de la idea con (se supone) un presupuesto algo más crecido pero con las mismas expectativas. El arranque no cambia: la sociedad americana ha llegado a un momento feliz en que el paro y la criminalidad están a unos niveles ridículos y todo gracias a una estratagema gubernamental por la cual una noche al año las leyes no existen y todo el mundo puede dar rienda suelta a su ira.
Hoy día las ideas de alto concepto son oro: se encuentran con cuentagotas y garantizan el éxito. DeMonaco le debe todo el respeto que haya podido ganarse de la industria a la mente preclara que le regalase semejante brillantez, dado que no parece que pudiera ser él quien diera con algo tan fresco. Como ya ocurriera con la primera entrega, una vez pasado el shock del arranque todos los derroteros acaban en el mismo lugar común. Y quizá sea mayor el fracaso en una segunda parte que se aleja del único escenario (supuestamente) claustrofóbico de su antecesora para seguir sin límites a todas aquellas alimañas que sacian su descontento en semejante velada por las calles.
Las posibilidades son infinitas y, si bien algunas de las tramas que unen al coral reparto de la película son inteligentes, en su mayor parte están tan mal resueltas que es imposible no sentir disgusto. Una realización plana, que no se permite salir de la norma, es el virus que acaba con toda la ilusión de encontrarse con un director de categoría mayor. La cámara no se molesta en resultar intimidante, asfixiante o agobiante; es benévola con el espectador y ofrece una seguridad que el guión intenta por todos los medios arrebatar. Con el manual en una mano mientras en la otra se sujeta el trípode, el equipo de fotografía se une al de vestuario para, con ayuda de la banda sonora, crear algún tipo de incomodidad en dos únicos planos (que, por desgracia, acabarán repitiéndose hasta la saciedad) en los que una pandilla amenazante vigila a la pareja atrapada en las calles.
Todo lo demás es pura nadería. Su autoconsciencia de producto menor, rayano con la serie B, es lo que le salva de la quema. Los discursitos antigubernamentales pro-clase baja con mártires de pacotilla incluidos son tan cínicos que dan la vuelta. En el mundo ficticio que presenta el filme (muy acorde con el real que está consumiendo el producto) los ricos sobreviven, disfrutan de la noche y se van a dormir al amanecer con más dinero en sus cuentas. Mientras tanto, los pobres caen como moscas sin ningún tipo de esperanza. Bien por DeMonaco, pero ¿no es el mismo papel intrínseco de la productora? En 2013 la película costó 3 millones de dólares (de los que, siendo exagerados, la mitad irían a parar para Ethan Hawke) y recaudó en todo el mundo 90. Anarchy ha costado tres veces más (9 millones) sin ninguna estrella en el reparto y en su primer fin de semana en EEUU ya ha recaudado 29. Presupuesto irrisorio, tremendo éxito. ¿Cómo conseguir más dinero? Haciendo exactamente lo mismo subiendo un par de migajas y abriendo más los brazos para poder abarcar más billetes.
Con el ánimo preparado para un producto menor y consciente de sí mismo, el filme es disfrutable en algún momento indicado. Su falta de mala baba, la necesidad de una calificación por edades de mayor amplitud y las proclamas antifascistas de un equipo capitalista hacen de este capítulo un engaño mayor que su predecesor.
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