El crepúsculo de los dioses: Una obra maestra

A la orden de acción emitida por Max (Eric Von Stroheim), Norma Desmon (Gloria Swason) interpreta el último papel de su vida, el de Salomé bajando por las escaleras mientras todos la esperan. La perfección y belleza imperturbable que fue y que ya no es, pero que cree seguir siendo, han hecho que esta musa del cine mudo vea alterada toda percepción con visos de realidad y nos acongoje con ese primer plano lleno de amargor y locura.

Joe Gillis, guionista de profesión y narrador muerto de esta película, agobiado ante el sin sentido continuo que produce su máquina de escribir, como dice él: «ya sea porque son demasiado rutinarias o demasiado fantásticas» no logra reencontrarse con la magia de éxitos pasados, lo que provoca su inmersión en problemas económicos.

Por hechos casuísticos (gracias a los cuales las historias suceden), va a parar a lo que el cree una mansión abandonada, donde es confundido con un artesano de ataúdes cuya función, no es otra, que la de construir uno para un chimpancé. ¿Cómo habría sido la vida del primate junto a la devaluada actriz?

Allí contempla por vez primera a Norma, vieja y olvidada figura del cine mudo que jamás pudo comprender la irrupción de la palabra en el celuloide y que, apoyada en el tedio que produce una inmensa fortuna, ha preparado durante veinte años su regreso a la pantalla mediante la confección de un vasto guión que protagonizará ella misma. De revisarlo, naturalmente, se encargará Gillis (William Holden), al cual viene muy bien este golpe de fortuna.

Sin saber ni cómo ni por qué, el joven guionista pasa de ser un asalariado a un huésped y de éste a un joven absorbido por los lujos, cuya única misión ya no consta en reescribir un guión, sino ser una mera comparsa de la artista abandonada. Cambio que se evidencia cuando en una partida de bridge, Norma, delante de antiguos compañeros de escena o como Gillis les conoce «Figuras de cera», le pide: «Joe, cariño. Vacía el cenicero». Y él, en vez de replicar, obedece con cierto desasosiego.

 

Titular¿Por qué? ¿Qué pasa por su mente, qué rumia Joe, qué es lo que siente por ella para permanecer a su lado, el dinero, la comodidad, la compasión, el amor…?

A partir de aquí Wilder y Brackett (que ya habían hecho juntos obras de la talla de Ninotchka o Días sin huella) nos ofrecen una lección magistral de cómo contar una historia, de cómo hacer que cada escena sea más interesante que la anterior. Magnífico, sublime, acongojante.

Desde una declaración de amor escondida bajo la interpretación que los personajes de W. Holden y N. Olson hacen de la escena de un guión que pronto comenzarán a escribir y que les llevará a encontrarse con la verdad para huir de sus sentimientos, hasta la búsqueda de la juventud de una Gloria Swason histriónica en todo momento (en el mejor sentido de la palabra), cuyos deseos y reconstrucciones varias nos hacen acordarnos de la obsesión del doctor Frankestein por dar vida a algo que está muerto y que no puede dar nada bueno.

Sin olvidar la propia parodia de director fracasado, reconvertido en mayordomo, que de si mismo hace Eric Von Stroheim. Atentos a la fuerza que imprime en pantalla, nominación al Oscar incluida y recordar, que fue el primer director despedido de la historia del cine por Irving Thalberg y que dirigió en la vida real a Gloria Swanson en «La Reina Kelly«.

Todo son aciertos en esta película, todo fluye con espantosa naturalidad hasta un final que conocemos, pero que nos aferra con fuerza para saber el por qué de haber llegado hasta allí.

La elección del reparto, las apariciones históricas (Cecil B. DeMille, Buster Keaton, la pérfida reina del cotilleo Hedda Hooper), la caricatura que de si mismos hacen la mayoría de los personajes no son más que muestras del gran humor cínico de Wilder, que deja su tintero abierto para que de vez en cuando una gota de su más apreciada cualidad aparezca por la película sin que nos resulte inoportuno, sin que nos aparte del dramatismo de una historia con una fuerza tremenda.

En conclusión: Obra Maestra.

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