Malavita

Malavita: La familia hace la fuerza

Robert De Niro es un mafioso y tiene como esposa una mujer florero a la que da vida Michelle Pfeiffer, premisa poco original donde las haya. Ahora bien, si se dice que su nueva banda de crimen organizado es su propia familia, la cosa cambia.

 

El actor se aleja del gángster estereotipado, no va engominado ni trajetado, sino que viste polos holgados y se deja una barba que refuerza su nueva condición: un padre de familia. Ni él ni Pfeiffer están en la edad de ser padres de una prole que va al instituto, pero parece que los aires mafiosos les lucen a la par que les rejuvenecen.

 

Robert de Niro y Michelle Pfeiffer en Malavita

 

Viendo la nueva cinta de Luc Besson a uno le da la sensación de que el francés lo ha querido todo: Que el público entre en la acción con el repentino principio, que se acelere con el ataque de la madre en el supermercado, o que se ablande con la llamada que recibe la hija mayor de su novio. Tales situaciones tan dispares están entremezcladas y se pierden en el mensaje final. La culpa es de los vacíos –y también excesos–, que contiene el guion. Muchas situaciones sin desarrollarse plenamente y otras tantas insertadas con calzador. Ciertas escenas parecen extractos de varias películas en una sola: chico alborotador de instituto, la primera vez, testigos protegidos, y enredos de familia, ajuste de cuentas… Un sketch tras otro en los que se intercala con clichés de los franceses, muy numerosos, sobre todo en lo que atañe a la gastronomía. Y no hay que olvidar que todo va «apadrinado» por Martin Scorsese, experto en lides de gángsters y productor de la presente; normal por ello que se haga mención especial a Uno de los nuestros (1990), y con chascarrillo incluido.

 

De Niro, una presencia siempre de agradecer en pantalla, da vida a Fred Blake, un hombre curtido desde niño en los peligrosos mundos del hampa y se relaciona con los demás rigiéndose por unos códigos que él mismo detallará en un momento del filme (la historia es narrada por Fred). Por haber delatado a ex compañeros suyos, se ve obligado a mudarse con su familia a Normandía bajo el programa de protección de testigos.

 

Michelle Pfeiffer en Malavita

 

Al personaje de Michelle Pfeiffer no se le llega a pillar el punto. Ella es Maggie, que tan pronto es un ama de casa vengativa como una mamá comprensiva, o una acérrima creyente asidua a la iglesia. El guion le hace flaco favor a esta esposa de mafioso tan impulsiva. Luego están los vástagos: Belle tiene unos diecisiete años –Diana Agron, la actriz que la interpreta, tiene diez más– y sabe defenderse de los vacilones del instituto con la maneras aprendidas en casa mientras va en búsqueda de un príncipe azul. Finalmente Warren (John D’Leo), el hijo pequeño es una versión muy rejuvenecida de Vito Corleone. En una semana se hace con el mercado negro del liceo. Para ello no dudará en sobornar, y extorsionar a quien sea como buen malhechor que se precie. Aparte Tommy Lee Jones está por allí, que salvo un par de frases cruzadas con De Niro pasa muy desapercibido, por mucho que sea el tercer nombre mencionado del cartel.

 

La película mantiene al público interesado en su argumento, pero es en sus subtramas donde cojea: demasiados momentos que no casan bien los unos con los otros, ahí están los ejemplos de las excesivas relaciones con el vecindario mientras nos quedamos con las ganas de ahondar más en los tejemanejes del cabeza de familia, o en las inquietudes de su esposa e hijos.

 

Malavita no pasará a la historia por su guion ni por su originalidad. Sin embargo, las dos estrellas hollywoodienses dignifican una comedia negra que sin su agradable presencia se quedaría en unos simples 111 minutos de metraje. Es el elenco actoral quien se encarga de elevar el nivel de esta parodia con toques de humor negro.

 

Acerca de María Aller

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Madrileña. Comunicadora. Periodista. Sagitaria. Bonne Vivante. Cine. Y festivales, series, libros, cocina, deporte... recomiéndame!

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