Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres

Millennium: Los Hombres que no Amaban a las Mujeres: Más allá del remake

Fincher es Dios. En el cine que abarca de finales de los 90 a la actualidad no hay un solo director que se le acerque y a lo largo de la historia pocos pueden comparársele. Es un auténtico mago capaz de hacer de una película ¡sobre Facebook! un espejo generacional o hacer de una de sus obras «menores» (La habitación del pánico) materia de estudio en muchas escuelas de cine.

 

David Fincher es un artesano. Sin firmar sus guiones es un autor que sabe hacer suyo cualquier relato e imprimirle su visión del mundo. No se limita al mero encargo, sino que coge aquellas historias que le interesan y le permiten seguir desarrollando / profundizando en su discurso; y lo hace como quiere, sin restricciones de ningún tipo.

 

Daniel Craig y Rooney Mara en Los Hombres que no Amaban a las Mujeres

 

Millennium, pese a presentarse como un remake, es un título puramente «fincheriano». Sí, a grandes rasgos la historia es la misma, pero el cineasta norteamericano le otorga su sello; y es que a pesar de que ambas versiones (la sueca y esta) duren lo mismo (160 min.) son obras completamente diferentes. Fincher se olvida de todo el subtexto sobre la sociedad sueca que impregnaba el film original y se queda solo con el thriller, creando un título mucho más perturbador. En este sentido está tan descontextualizada que perfectamente podría haberse trasladado la acción a tierras americanas sin que la historia se resintiera lo más mínimo.

 

Los hombres que no amaban a las mujeres entronca con la obra del director de Denver no solo a nivel técnico y de realización (obvio) sino a nivel narrativo, a sus intereses y obsesiones. Todo el proceso de investigación, la meticulosidad, la importancia del detalle… recuerda sobremanera a Zodiac. Sin llegar a los extremos de Graysmith o el inspector Toschi, Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander trabajan con un ahínco encomiable. Al igual que al director, a sus protagonistas les preocupan (les perturban) los detalles y su vital trascendencia.

 

Así se entiende también (y se aprecia) la relevancia de aspectos a priori menores como el sonido. Pocos directores saben darle la fuerza suficiente a este tipo de aspectos para que engrandezcan una historia y ayuden al espectador a sumergirse en ella. El cine es mucho más que imágenes y diálogos, algo que Fincher sabe muy bien.

 

Rooney Mara en Los Hombres que no Amaban a las Mujeres

 

El gran referente de Millennium es, sin embargo, Se7en. La atmósfera que se respira es muy similar en ambas propuestas. En aquella la ciudad se hacía muy opresiva, lo que aislaba a los personajes, dejándolos «solos» a pesar de estar rodeados de gente. La falta de luz y la interminable lluvia acrecentaban la sensación de inquietud. Aquí se juega en los mismos términos, pero con (evidentemente) distintos recursos, como la lluvia, que deja paso al paisaje nevado. La soledad ya no es solo una sensación interna, el aislamiento es físico: una isla en el norte de Suecia, en pleno invierno; y en ella Blomkvist también está separado del resto de habitantes.

 

Y donde más se palpa la diferencia entre la versión de Fincher y la cinta sueca (que data de 2009) es en Lisbeth Salander. Ya en su momento nos impresionó Noomi Rapace y la fuerza que desprendía en pantalla, pero Rooney Mara hace que nos olvidemos por completo de su referente. Su físico «de niña» le otorga una apariencia más vulnerable que hace un gran contraste con su forma de ser fría y agresiva. Al mismo tiempo, la expresividad que transmite con su mirada le permite jugar con un abanico de emociones mayor, hasta el punto de empatizar más con ella que con su partenaire, Daniel Craig.

 

Sin ser su mejor película, Los hombres que no amaban a las mujeres es una buena película que juega en una liga que se escapa a la mayoría de directores por fondo y por forma. Lo que para la filmografía de Fincher es una buena película, para muchos es una obra maestra. Lejos de ser una afirmación exagerada, esto queda refrendado en dos momentos del film que, juntos, no superan los cinco minutos. El primero son los títulos de crédito, cuyo visionado es suficiente argumento. El segundo es algo tan banal como un encuentro en una discoteca con Lisbeth como protagonista, pero ofrece tanta información sobre ella en tan poco tiempo y sin necesidad alguna de diálogo que demuestra una vez más eso del «una imagen vale más que mil palabras», yendo al grano, sin andarse con rodeos ni explicaciones vacuas.

Acerca de Daniel Lobato

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El padre de todos, pero como a Odín, se me suben constantemente a las barbas. Periodista de vocación cinéfila empecé en deportes (que tiene mucho de película) y ahora dejo semillitas en distintos medios online hablando de cine y cómics. También foteo de cuando en cuando y preparo proyectos audiovisuales.

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