Si eres fan del terror y, aún en los días que corren, vas al cine a ver alguna que otra película es más que posible que busques multiplicar esa experiencia viendo algo que te lo haga pasar realmente mal en la sala. No importa mucho si te gusta el gore o el terror psicológico, lo que importa es que durante un par de horas veas imágenes desconcertantes y que desafíen la cordura. Cierto es que hay algunas películas que no van a conseguir que esa noche la pases dando vueltas en la cama, pero si eres fan del terror, permites una cierta decepción de vez en cuando. Lo que te gusta es el ambiente, los escenarios nocturnos llenos de niebla, las lunas llenas ocultas por las nubes, la casa de madera envejecida que cruje con el viento, todos esos detalles que son los que realmente te gustan. Puede que no haya un Hannibal Lecter o un Leatherface a la altura, pero siempre habrá imitadores que te devuelvan a las sensaciones que tuviste, aunque sea por encima, a esos momentos en que disfrutaste con tus ídolos del mal. La época no es mala, desde que comenzase la saga de Saw las ansias de sangre están más o menos servidas. Sin embargo hay un rumor en el ambiente que dice que hace tiempo que no se ve una auténtica película de terror, una de esas que ven hasta los que no soportan el horror en el cine. Bien, Scar no es de esas.
El intento no está mal, con la nueva moda del 3D tenían que llegar los experimentos pertinentes, eso nadie lo discute. Ya se hizo en su momento con Viernes 13 y el bueno de Freddy Krueger. Pero donde primaba el divertimento y la exageración se ha pasado a la pretensión de que las tres dimensiones de hoy son mejores y que se pueden hacer películas mayores con dicha tecnología. No hay problema en admitir que la tecnología es mejor, pero ¿por qué se hace uso de ella en detrimento de las propias técnicas del cine? Da la sensación de que la utilización de las tres dimensiones de Cameron funciona si la imagen no es compleja ni demasiado cinematográfica.
No es cuestión de ponerse a analizar cada apartado técnico, pero cualquier persona con cierta experiencia, y aquí no me refiero a los consumidores de cine expertos sino a cualquiera que haya visto la televisión alguna vez en su vida, reconocerá si ve Scar que esa imagen es más propia de programas de televisión mediocres y rodados a toda prisa que a un producto cinematográfico ambicioso. Entrar en la historia y la narración resulta casi imposible. No es que sea una historia ya vista, eso ocurre a menudo y las películas triunfan pese a ello. El problema es cuando notas que ni tan siquiera el director se cree lo que está contando o cuando notas que los actores están pasando el rato y hacen esfuerzos en entender por qué actúan así sus personajes. Ni siquiera se percibe que lo hagan por diversión, lo único que se plasma en la pantalla es la unión de un equipo buscando fichar al final del día y recoger los beneficios cuando todo termine.
Lo que realmente sorprende de la película es su intención de mezclar todos aquellos éxitos más o menos modernos para atraer a los públicos más jóvenes o menos exigentes. El reclamo del 3D resulta obvio, pero el resto de pasos que da el director son palos de ciego de intentar comprender un medio que no es el suyo. Las tramas familiares en el cine de terror nunca fueron menos convincentes. Sí, tenemos la familia rota por la muerte de un miembro, tenemos al personaje traumatizado por los hechos pasados, tenemos adolescentes, tenemos chicas y tenemos un asesino descafeinado-Bishop, para más señas. Pero lo más gracioso: tenemos gore y brutalidad. Si el primer trayecto de la película apunta a un film de terror que casi roza la recomendación para todos los públicos, de pronto nos encontramos escenas intercaladas que parecen pertenece a otra película. De pronto el director pone ante la cámara unas escenas de tortura brutales donde la intención de provocar prima sobre la propia historia. Como ocurre con los demás apartados técnicos, los efectos sanguinolentos vuelven a ser de gomaespuma, pero no por ello son menos impactantes.
El conjunto final de la película recuerda más a estudiantes de cine inexpertos fanáticos de la saga de Saw que, antes de aprender el lenguaje cinematográfico buscan pasárselo bien con los amigos metiendo todas esas cosas que tanto les gustan y, ya de paso, ganar algo con ello.
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