Los responsables de marketing han vuelto a hacer de las suyas y aunque el título original no desmerece (This is 40, es decir, esto son los 40), han decidido darle una vuelta poética al asunto y llamarlo Si fuera fácil. Esta vez, sin embargo, han dado en el clavo por varios motivos.
Primero porque, a pesar de detractores e incluso de fanáticos sin visión objetiva, Judd Apatow es un gran narrador de las cosas más nimias de nuestra sociedad. Es cierto que este retrato de una pareja cuarentona y de cómo solucionan sus cosas está un poco alejado de la media (con su casoplón repleto de cachivaches electrónicos y su aura blanca) pero la base de todos los problemas de relaciones es la misma y ningún ojo como el de Apatow para sacarle punta. Con la cantidad de comedias románticas al uso que nos encontramos hoy en día, si fuera fácil, Apatow no habría llegado tan lejos haciendo lo mismo pero a su particular manera, sin miedo a caer en lo chabacano, no siendo temeroso de mostrarlo todo (partos, felaciones, coitos…) siempre y cuando sea justificado, dando un tono adulto a la muy común infantilidad que se suele ver en este tipo de comedias. Y segundo porque la vida no es sencilla, ni a los 20 ni a los 40 ni a los 60, y si fuera fácil, ¿querríamos verlo en una pantalla?
Se le recrimina a su autor (no sin razón) que hace una y otra vez la misma película; tanto si produce como si escribe como si dirige como si lo hace todo al mismo tiempo. El tono elegido es el mismo, no cabe duda, y la falta de ingenio para contar ideas de alto concepto es acuciante en todo el panorama cinematográfico, pero si la visión de alguien sobre la vida resulta divertida e interesante tanto para la taquilla como para la crítica, debería ser casi una demanda pedir un trabajo cada par de años al propietario de ese punto de vista. Al menos una por cada etapa de la vida.
El gran problema de la cinta (y de la corta pero exitosa filmografía de su autor) es el que la mayoría de los directores que producen sus propias películas sufren hoy día: la falta de concisión. Es muy gratificante para cualquier guionista tener tanta verborrea que llegue a ocupar páginas y páginas sin atascarse, que no le falte ingenio para componer chistes brillantes y las situaciones florezcan sin necesidad de regar. Pero desde que se nos enseña a leer y escribir se nos explica que no por mucho rellenar el resultado será mejor. Al espectador medio (por no hablar de un crítico, que se pasa media vida metido en una sala de cine y muy difícilmente se le sorprende) el que una película se marche más allá de la hora y tres cuartos lo termina cansando. No importa que el largo en cuestión sea una obra de arte maravillosa, donde cada plano tiene un significado vital, simplemente la atención no dura tanto. Y aquí nos encontramos con 134 minutos que, por muy buenos gags que contenga y el viaje se haga rodado, son demasiados.
El reparto de la película representa el plato más suculento del menú. Un verdadero firmamento de famosos, cómicos y buenos intérpretes. Desde los cameos musicales de Graham Parker y su The Rumour Band, el cantante de la banda punk Green Day Billie Joe Armstrong y el cantautor estadounidense Ryan Adams, hasta la aparición de dos pesos pesados como John Lithgow y Albert Brooks en papeles demasiado secundarios. Porque se ha rodeado tan bien el señor Apatow que no tiene tiempo suficiente en pantalla para todos ellos. Jason Segel vuelve a retomar el papel del entrenador Jason al que ya dio vida en el germen de esta producción Lío embarazoso (2007), donde difícilmente nos lo creemos pues el suyo es uno de los casos más significativos de estancamiento en el papel que le ha dado fama en la televisión, el bonachón Marshall. A Segel se une otro rostro televisivo que está escogiendo cuidadosamente los pasos que da en su carrera Chris O’Dowd, imborrable informático en la serie inglesa que se ha dejado ver por el cine americano con algunos títulos y un papel en la serie de Lena Dunham (que también aparece en la película, pues es una Apatow más) Girls.
Pero quienes aquí soportan el peso de la trama son el genial Paul Rudd y la sosita Leslie Mann. Ellos representaban la mitad de las carcajadas de la predecesora y de ahí que surgiera este espectáculo que lleva al primero a abordar más o menos el mismo papel de siempre pero añadiéndole mala leche y a la segunda a un protagonismo que le viene grande. Resulta entendible sin embargo que Apatow haya elegido a su mujer para el papel, no por el enchufismo profesional, si no porque sus dos hijas que representan aquí a las infantes de la pareja protagonista son dos actrices en potencia, y para sacar el mayor partido de ellas nada mejor que su madre para facilitarles la tarea. Sorprendiendo y cerrando el estrellato aparece Megan Fox que, sin sacudirse la imagen de mujer explosiva, si aparta de sí misma la marrullería y el poligonismo para sumarse al buen rollo imperante.
Mención aparte merece la nominada a un oscar Melissa McCarthy, quien se convierte aquí en la insignia de la improvisación que Judd pide a sus intérpretes dando rienda suelta a su parte más obscena en la escena más divertida de la función. Tanto que es necesario quedarse tras los créditos para descubrir la incontenible risa de sus compañeros de rodaje.
Una vez más, Apatow nos brinda a través de su equipo habitual de rodaje una comedia adulta, entretenida e identificable desde diferentes puntos de vista. Necesaria para los que se niegan a ser adultos.
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