La película que nos ocupa este mes es una… Es una…. Es una mierda entre mierdas. Es un filón de oro puro recubierto de chocolate humano. Es, quizás, una de las peores películas que he visto y, debido a ello, una de las que más encarecidamente merecen mi recomendación.
Esta peli, que un amigo (gracias Isma) encontró tirada por la calle y me trajo diligentemente a la redacción, resulta que es, a día de hoy, considerada como «de culto por su rareza y su desmelenada mala leche» (leído por estos lares)… Qué maravillosos son los años, convierten en «de culto» lo que en su día sería un «de pena».
En fin, esta película corre a cargo de Roger Corman (productor de La Pequeña Tienda de los Horrores) y es dirigida por Paul Bartel (Cannonball!, ¿Y si nos comemos a Raúl?, saquen sus propias conclusiones de los títulos…), data del año 1975 y se trata de la primera colaboración (hasta Cannonball!) entre Sylvester Stallone y David Carradine.
Fernando Alonso se hizo un nombre en esta competición.
«¡Ve a por el bebé!»
Hablar del argumento de esta película es meternos en algo muy hardcore, pero intentémoslo:
Corre el futurista año de 2000 en unos EEUU que, al parecer, no debieron ganar la II Guerra Mundial (ya que entre el público y los participantes se lucen alegremente varias esvásticas) y ahora son víctimas del gobierno autoritario del Partido Bipartisano representado por su presidente (Sandy McCallum). Como ya hicieran los romanos con el Circo, el gobierno utiliza la Gran Carrera Transcontinental como método de distracción para tener contento al pueblo. Pero, ¿en qué consiste la dichosa carrera?
Se trata de una carrera de coches de costa a costa en tres etapas y en la que no sólo cuenta la posición en la que uno llegue, sino también el número de puntos que haya acumulado en el momento de alcanzar la meta…
Los puntos se acumulan atropellando peatones.
Sí, habéis leído bien. Atropellando peatones. Nos encontramos ante la película que inspiró al ya mítico juego Carmaggedon.
Los bebés dan 70 puntos, los ancianos 100. Atropellar a una mujer da 10 puntos más que hacerlo con un hombre, es que las mujeres valen mucho.
Sé que habríais preferido a Ramón García de presentador, pero deberéis conformaros.
En mitad de toda esta locura aparecen los rebeldes, un grupo de frikis liderados por Thomasina Paine (una anciana que ha colocado a su BISNIETA de infiltrada). A la tía Tomasa la interpreta Harriet Medin (eterna secundaria que aparece también en Terminator y Las Brujas de Eastwick)
No la veo yo cara de tener bisnietos.
Los rebeldes no pretenden derrocar al gobierno, no, a ellos con abolir la carrera les basta. Son rebeldes, pero sencillitos.
«Ahora será feliz conduciendo en el Cielo… Atropellando a los ángeles»
Una de las cosas que me encanta de esta película son los coches, que parecen un cruce de Los Autos Locos con los coches de choque y, como no, con los de Carmagedon:
El coche de Nero el Héroe, Nero the Hero en inglés, interpretado por Martin Kove (sí, sí, el malo de The Karate Kid)
El de Mathilda, la Novia Nazi.
El de Calamity Jane. El sueño de cualquier anti-taurino, un toro atropellando peatones.
El coche del ex-campeón: Metralleta Joe. Va bien para los atascos.
Y el del actual campeón: Frankenstein. Su parecido con el coche de Carmaggedon es increíble.
«¡América te ama Frankenstein!»
Lo más alucinante de esta película es la aparición de dos estrellas de la talla de Carradine y Stallone. En el caso de Stallone se entiende que todavía estaba labrándose un nombre (Rocky no llegaría hasta un año después), pero David Carradine había rodado Kung fu entre 1972 y ese mismo año… ¿En qué andaría pensando?
Stallone encarna a Metralleta Joe, un gángster de Chicago que venció en la edición de 1997, pero que ha sido desbancado por la actual estrella. Resentido, sólo busca venganza, a toda costa.
Stallone saluda a la afición. Seguro que de aquí sacó ideas para Rambo y para Rocky.
Seguro.
David Carradine, por su parte, es Frankenstein, el actual campeón (en las ediciones de 1998 y 1999) al que nadie ha visto la cara, ya que va siempre cubierto por una máscara. Los continuos accidentes de anteriores ediciones le han desfigurado el rostro y le han costado decenas de trasplantes e injertos.
Parece un cruce de Darth Vader con El Chivi.
¡Cuidado David Carradine! ¡Esta escena bien puede acabar en un armario!
«¡Se le podrían dar las dos orejas!»
Esto se acaba. La película puede pasar por un enorme despropósito o por una genial locura, eso depende de cada uno. Yo, por mi parte, la clasifico como una mierda digna de los paladares más selectos. Me ha encantado.
Más tarde esta película daría paso a un cómic de escaso éxito (producido también por Roger Corman) titulado Death Race 2020, inspiraría varios videojuegos y, ya en 2008 daría lugar al remake (¡ahí va! ¡también con pasta del señor Corman!) protagonizado por Jason Statham y que tarde o temprano caerá en esta sección también.
Os quiero dejar con dos cosas. Por un lado con el trailer:
Y, por otro, con una reflexión final que se hace en la película y que me mata:
«Así es el tema de la violencia.
La técnica de la violencia se desarrolló por primera vez dos millones de años antes de Cristo: El «Australopitecus» se fue desarrollando con los primates, que no poseían la capacidad de hablar, pero que, en todo caso, inventaron el Tomahawk y se bombardearon unos a otros.
Esta práctica contribuye al crecimiento del cerebro, otra arma de gran utilidad, sí. El asesinato se inventó incluso antes de que el hombre empezara a pensar.
Ahora, por supuesto, se conoce al hombre como animal racional.«
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