El primer tema que canta Thomas al subirse a un escenario revela varios detalles que luego el metraje confirmará. Él es un cantautor, y de sobra se sabe que estos artistas tienden a plasmar en su obra trazos de su personalidad. Thomas es un hombre solitario, tosco y serio cuya fulgurante carrera le ha impedido ejercer de buen padre.
El título puede llevar a más de uno al error. No es un drama manufacturado de Hollywood. Es una historia familiar con un protagonista peculiar: un cantante que ha alcanzado la fama mundial que vuelve a su Dinamarca natal por motivos profesionales y para ver a su hija. Ésta le presentará a Noa, su nieto de once años.
La realizadora Pernille Fischer Christensen presenta este gélido drama que habla sobre las relaciones paterno-filiales hostiles. El argumento se centra en el cantante, que observa los estragos de sus actos pasados: su hija es drogadicta y su desconocido nieto es una víctima. El actor Mikael Persbrandt da vida al atormentado compositor, y sabe dibujarle un pasado rebosante de excesos que ha dejado un alma desamparada, como bien enmarcan esos paseos de Thomas a solas por la nieve. La paternidad ausente, la falta de comunicación entre padres e hijos, las consecuentes broncas y reproches, la reconciliación, las conversaciones de dos desconocidos encaminados hacia la complicidad, la recriminación del débil hacia el fuerte… Son momentos muy vistos cinematográficamente hablando, pero el guion, escrito por la cineasta junto a Kim Fupz Aakeson, se distingue del camino convencional gracias a la radiografía que hace de su personaje principal, sobrio y cortante.
Por tanto, los encuentros abuelo – nieto no son los típicos. Podría enmendar el pasado y ser el padre que no pudo. Ahora el veterano cantautor tendrá una segunda oportunidad. Sin embargo Thomas trata a Noa como un adulto; el azúcar se queda para las chucherías, no para las palabras que le dirige. Con una dureza casi glacial le explica los problemas y nueva situación al chaval (muy bien interpretado por Sofus Rønnov), que escucha y apenas reacciona. La historia gana a medida que avanza y se producen más conversaciones entre los dos protagonistas. El abuelo va derritiéndose mientras que el nieto se siente más seguro frente a él tras haberle examinado. Además, las situaciones domésticas son tan graves como sórdidas, y el magistral hieratismo con el que se presenta incrementa el asombro.
Para acompañar tal frialdad, la fotografía va impregnada con tonos de blanco, gris y azul, además de jugar con contraluces que deslumbran al espectador. El ritmo y los planos acompañan fielmente la estética nórdica, pero desidealizándola del estilo hogareño.
El guion cierra con broche redondo la historia con otra canción, otra que porta esta vez la moraleja tan trillada en el celuloide. Aunque dado el diferente punto de vista, esto se perdona, y el espectador se queda con la advertencia que marca el estribillo: Volverás a nacer por alguien a quien amar.
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