En 1933 Alemania se hallaba sumida en una Gran Depresión económica y anímica fruto de su derrota en la I Guerra Mundial. Estas condiciones propiciaron que el pueblo alemán se confiase a un hombrecillo al que anteriormente habían despreciado y encarcelado por sus ideas radicales. Al otro lado del Atlántico y unos años antes (1924) los norteamericanos no tuvieron más remedio que hacer lo propio con un individuo mezquino y vengativo para atajar el problema del terrorismo comunista/anarquista que asolaba el país. Casi cien años después Clint Eastwood nos hace un retrato a medio camino entre la realidad y las conjeturas de uno de los hombres más poderosos y odiados de la historia de los Estados Unidos.
Un DiCaprio insuperable:
Para encarnar a John Edgar Hoover el director californiano ha elegido a uno de los actores de mayor progresión de la última década. Ya nadie puede encasillar justa o injustamente a Leonardo DiCaprio en sus papeles de Titanic o Romeo+Julieta. El actor ha demostrado en incontables ocasiones (Shutter Island, Infiltrados, Diamante de Sangre…) una fuerza interpretativa al alcance de muy pocos. Esta cinta no es sino otro ejemplo más de sus capacidades. DiCaprio se merienda la pantalla con o sin maquillaje, de joven o de anciano, en una de sus mejores interpretaciones que lo sitúan como uno de los favoritos al Oscar de este año, con permiso de George Clooney.
El director del FBI se nos presenta como el de un hombrecillo obsesionado por la apariencia, por el orden y por un estilo de vida de estricta moral que le inculca una protectora madre (Judi Dench), que se perfila como un cruce entre madre amantísima y mujer que vive a través de su hijo y que busca en él la perfección al estilo de Barbara Hershey en Cisne Negro.
El gran acierto de la película radica en la manera en que Eastwood combina al Hoover más manipulador y político con su versión más humana y atormentada. El director, además, refleja los grandes aciertos de la carrera del director del FBI frente a sus intentos de pasar por encima de la ley, dejando claro todo lo que le debe el pueblo americano, pero haciendo hincapié también en el alto precio en libertades que se hubo de pagar por ello.
La otra cara de la moneda:
El punto más negativo de la nueva propuesta de Eastwood pasa por el maquillaje de los actores. Mientras que DiCaprio consigue sobrellevar el de su personaje con bastante elegancia, Armie Hammer (La Red Social) hace que su versión envejecida parezca un muñeco de silicona. El aspecto es muy parecido al de aquel alienígena disfrazado de ser humano en la primera entrega de Men in Black. Naomi Watts, por su parte, por más arrugas que se ponga en la cara no puede ocultar su “juventud” (44 añitos) y, aunque no llegue a los extremos de su compañero de reparto, el envejecimiento de su personaje es igualmente poco creíble.
Hasta el último detalle:
A pesar del patinazo en maquillaje, el resultado final de la película de Eastwood es el de un producto sobrio y muy cuidado que no descuida ni un detalle y que nos traslada perfectamente al universo de J. Edgar y que logra que las dos horas que dura el filme no se nos antojen especialmente largas. La fotografía, con algunos detalles de Los Intocables de Eliot Ness, es maravillosa. La casi total ausencia de música, por otro lado, dota al filme de una seriedad propia de los documentales que no desentona para nada con el carácter que se trata de mostrar en pantalla.
En resumen:
J. Edgar no estará entre las cinco mejores películas del director, pero es sin duda uno de los mejores biopics que se pueden ver hoy en día y Leonardo DiCaprio no tiene nada que envidiarle a Meryl Streep y su Dama de Hierro.
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