La búsqueda de un tesoro familiar para saldar una deuda inmobiliaria es el pretexto del director rumano Corneliu Porumboiu en su nueva película, que utilizando este pequeño cuento (a modo de fábula) destripa, como es habitual en el cine de este país, una realidad social con una importante mirada crítica.
La película, estructurada sin maniqueísmos de una manera tradicional, tiene un gran problema de ritmo en su arranque y es que pese a su breve metraje (apenas llega a la hora y media), el plantemiento del conflicto se arrastra durante unos alargadísimos 40 minutos que hacen que uno pierda la paciencia, porque lo que más desea uno como espectador es llegar a la finca, al desenterramiento del tesoro y cuando llega este momento, es cuando empieza a haber algo más de movimiento en pantalla y todo comienza a interesar.
La acción, el nudo (o como queramos llamarlo) despierta ya una emoción en mí y empiezo a conectar con la historia y los personajes, poco a poco comprendes el porqué se ha llegado a ese punto y la necesidad de conventirlo en algo monótono y estirado también, sin embargo aquí no molesta ya que se busca dar esa sensación de pesadez que debe trasmitir ponerse a buscar metales con un detector y a cavar una fosa de más de dos metros de profundidad a pico y pala. Sin quererlo ni buscarlo, todo se vuelve de pronto una comedia negra y Porumboiu juega con sus personajes a su antojo exponiéndolos a situaciones ridículas que destripan sus ambiciones y su parte más oscura.
Como todo el cine rumano que he podido ver, El Tesoro está rodada con un naturalismo ausente en la cinematografía anglosajona, esto se consigue a través de larguísimos planos fijos, llenos de tonos grisáceos que aportan a cada escena una sensación constante de pesadez y angustia. Sin embargo, este director utiliza un sorprendente travelling al final que rompe con el esquema que había desarrollado en el resto del metraje. Una vez más sorprenden las actuaciones, que compaginadas con este naturalismo del que hablábamos, aportan a la cinta una indiscutible credibilidad y nadie diría que son actores profesionales.
En conclusión, el juego en el que convierte Pormboiu su película es, pese a su lento inicio, un agradable cuento que aunque hable de la sociedad rumana, cualquier persona con aspiraciones se verá identificada. Lo mejor de la obra es su capacidad para convertir a los personajes en criaturas atrapadas por sus sueños en una sociedad rastrera e incorregible.
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