Cannes 2015 | Día 9

Dheepan abría jornada número 9. Jacques Audiard pone el foco hacia la inmigración. Dheepan es un soldado de Sri Lanka, que para escapar de la guerra necesita buscar una mujer e hijo/a para que su salida sea posible. Una joven, Yalini, y una niña huérfana serán sus aliadas y crean una familia ficticia llegando hasta las barriadas de París. Allí se ponen a trabajar ilegalmente. Pero la situación no ha cambiado mucho a la que traían de su país. En esos barrios imperan la violencia y las drogas, y juntas, estas tres almas en pena crecen como personas. La película es una historia de personajes, pero Audiard sabe manejar y sorprender con las escenas de violencia impetuosa y mantener el interés. La guerra civil de Sri Lanka y las situaciones de la banlieue son el marco donde encierra a Dheepan y los suyos. El francés rehuye de mensajes políticos y se enfoca en el conflicto personal. Al final se nota sus ganas de poner amor a la historia, aunque tanto en la pasión como en el conjunto final, tener como predecesora a De óxido y hueso le hace flaco favor.

 

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Corneliu Porumboiu dejaba el listón alto en Un certain regard con una historia repleta de ternura y buenas vibraciones. Costi es un contable con una vida norma: una mujer y un hijo de cinco años, el típicopadre que lee cuentos a su hijo antes de irse a la cama. Ante este típico marco, un día un vecino con grandes duedas le sugiere arrendar un detector de metales para buscar un tesoro que cree que hay enterrado en el jardín de la casa de sus abuelos. A cambio compartirá tales riquezas con él. Pero la hazañas a veces e topan con la cruda realidad y fracasan. Pero Costi, un romántico, se niega a desistir. Comoara es una simpática historia que se disfruta fácilmente. Con pocos aditivos y una puesta en escena sencilla –no se requiere de más– el cineasta rumano firma una película donde tiene un claro héroe, Costi, un Robin Hood de nuestros tiempos. Porumboiu entrega este tesoro dentro de la segunda sección y le quita densidad (se agradecen esas escenas hilarantes, como las de la afanosa búsqueda por el jardín). Con un argumento ameno, el rumano ofrece buenos pasatiempos y mantiene la calidad que le llevo a conseguir la Cámara de Oro en 2006.

 

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Mountains may depart era el título que se recuperaba hoy de la Sección Oficial. El gran Jia Zhang-ke exponía en su anterior trabajo, Un toque de violencia a la China actual en varios episodios desoladores y brutos tanto en la historia como en la composición. Ahora divide la historia en tres actos que comprenden diferentes años: 1999, 2014 y 2025. La trama parte de tres amigos –una chica, Tao, y dos chicos, Zijian y Zhang– y de sus planes de futuro, mirando hacia el desarrollo. En esta primera parte la chica se decantará por uno de ellos y comienza una relación que acaba con el nacimiento de un hijo al que llaman «Dollar».

En la segunda parte ha habido cambios, como siempre sucede en la vida: esa etapa simboliza el presente de la nación, litigando entre las tradiciones y el progreso. El choque es muy fuerte, tanto que parece que hay que elegir entre una de las dos opciones. El último pasaje sucede en un muy creíble 2025, donde el protagonista es ese niño ya convertido en joven, afincado en Sidney, un punto muy lejano de su país de origen, y ha desaprendido los valores y cultura de su familia. Zhangke retrata magistralmente bien la realidad, con ganadores y perdedores, con melancolía, con miedos, con lo perdido y lo ganado en el tiempo. Al fin y acabo, así es la historia. Rebosante de significado, como el inicio con esa coreografía con jóvenes bailando el Go west de Pet Shop Boys: jóvenes con aspiraciones mirando al resto mundo, aunque las diferencias de clases marcaban mucho el destino de cada uno. Aparte de la canción  de los ingleses, el maestro chino hace uso de una banda sonora colosal, que ayuda a diseminar mejor la sociedad y llegando por la vena sensible. ¿Palma de Oro? Difícil porque hay otras potentes. Pero no imposible.

 

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Francia hace aguas con el último título. Si Mon roi se aceptaba y Marguerite et Julien se salvaban por los pelos, lo que Guillaume Nicloux con Isabelle Huppert y Gerard Depardieu decae al nivel del telefilme con Valley of love. Los franceses forman un matrimonio que están superando el suicidio de un hijo. Pese a las ganas de expresar el sufrimiento, el paisaje desértico y desolado dan fe, y de las reminiscencias a David Lynch, ni los dos pesos pesados galos lo mantienen. Ni es necesario ciertas conversaciones, ni ver a Depardieu sin camiseta. Nicloux intenta mostrar el dolor pero al público no llega. Un relato sin profundidad y que deja indiferente antes de apenar.

 

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Acerca de María Aller

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Madrileña. Comunicadora. Periodista. Sagitaria. Bonne Vivante. Cine. Y festivales, series, libros, cocina, deporte... recomiéndame!

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