Efrain es película de fimoteca o cineclub universitario. ¿Qué quiere decir esto? Es la típica cinta sobre la que cualquier humorista bromearía. ¿Por qué? Es una película etíope sobre un niño y su cabra. LO JURO. Ni yo mismo comprendo, todavía, como me aventuré a entrar a verla y aún me fascina que me gustase lo que me gustó.

Evidentemente, supongo que por condiciones y medios de trabajo, Efrain es una película pequeñita, algo apreciable solo leyendo el argumento; pese a esto, está muy conseguida, consigue atrapar y hacer que el espectador se interese por la historia, la viva con empatía y se emocione a veces. El niño protagonista es encantador, tiene una mirada poderosísima y sabe estar frente a una cámara, haciendo que el espectador se enamore desde el segundo uno (¡el plano inicial es precioso!). Aunque parezca que el agumento no es explotable, el guion (sin ser una obra maestra) funciona estupendamente, en ningún momento resulta repetitiva la historia, no cansa y se ve un constante progreso tanto en la acción como en el desarrollo de personajes.

En aspectos técnicos, la película no innova en absoluto, la cámara no cuenta nada, simplemente graba para realizar después un montaje sencillo pero eficiente. Lo más bonito es el color, ya que prácticamente toda la película está grabada en exteriores; los paisajes son espectaculares y se ven muy resaltados por el sol africano.

Pese a su modesta apuesta técnica Efrain es muy disfrutable,  tierna y bonita. Es ese tipo de cine independiente que puede entender y disfrutar cualquier espectador, aunque no haya explosiones. Pese a haber criticado sus carencias (es lo que toca), hay que quedarse con la importancia de que el país africano haya podido realizar una obra tan digna y llegar a entrar en la sección oficial de Cannes.