Era fea, malhablada, choni, yonqui, incluso bulímica … Pero su voz lo decía todo. Como otros muchos grandes, Amy Winehouse se fue a los 27 años dejando como legado su desgarrada voz dosificada en álbumes de soul y jazz. Entre mugre, vestidos ceñidos, daiquiris, familia desestructurada y varios pesares amorosos, se forjó un mito lleno de abusos en todas las facetas de su vida. Pero Amy no aprendió. Bien lo cantaba al inicio de Rehab: They tried to make me go to rehab but I said ‘no, no, no’…
Después de retratar en Senna al piloto brasileño, Asif Kapadia recoge otra vida corta pero vertiginosa. Ahora recopila grabaciones de la agitada vida Winehouse; recoge entrevistas de amigos, ex parejas, productores, familiares y allegados a Winehouse, videos caseros y demás archivos audiovisuales grabados en vida de ella. Las declaraciones –en total Kapadia se hizo con más de cien entrevistas- son voz en off que decoran todas las imágenes conseguidas. El resultado es un collage muy acorde con la vida de la artista: su vida pública y privada van de la mano en todo momento. Se observa a Amy en todas sus caras; de ahí el titulo del documental quizá, porque gracias a él se la conoce tanto que ya no parece como una celebridad. Todas sus facetas quedan a la luz: desde las más profundas que se conocían a voces, o la artística, que bajo ese potente tono grave escondía una personita muy frágil.
El montaje es la fuerza del documental. Kapadia ha sabido tejer ese calvario que finaliza en tragedia. No hay declaraciones a cámara. Los testimonios, recogidos en numerosas entrevistas decoran las imágenes. Las dos horas enseñan 27 años plagados de excesos con sinceridad, tan duros como tiernos, tan bestias como emotivos. La Winehouse apuntaba ya maneras desde niña: bien confiesa su madre que su carácter era desesperante. A eso se le añade un padre ausente, que luego apareció ante la gallina de huevos de oro que se había convertido el retoño. Luego vendrían los años de la pronta adolescencia donde ya conocería dos de sus grandes dependencias y sus grandes losas: el alcohol y las drogas. Gracias a todo lo registrado, el espectador (mejor dicho, el fan) va de los conciertos al corazón de Candem.
El documental narra de forma objetiva; no juzga, tan sólo expone. No culpabiliza a la industria de las flaquezas de Amy, aunque curiosamente se recrea en ellas. La segunda hora irá dedicada a la parte turbia pero sin perseguir el morbo: a base de los escándalos que la prensa amarilla dio cuenta, se desmigaja la Amy adulta, la adicta a todo lo dependiente de todo lo que alguien puede depender, fuese legal o no.
Por supuesto hay testimonio de la propia artista: entrevistas, grabaciones, momentos con su novio, conciertos donde daba rienda a su turbulenta vida, grabaciones con Tony Bennett… Y todo efusivamente. Amy era pasional, la vida había que bebérsela a sorbos grandes. De ahí que todo salga con la más pura sinceridad (para gusto de los morbosos). ¿Fue ella misma la culpable de su final? ¿O tuvo en parte algo que ver la industria o los medios en tal autodestrucción? Las preguntas se disparan mientras se ve. Pero sin duda, ante tanta fragilidad, es imposible no conmoverse. Amy es toda una declaración a ella, a sus fans, al mundo de la música, al talento.
Como en otros documentales sobre figuras de la música (he ahí el ejemplo patrio de Tu voz entre otra mil sobre Antonio Vega), la familia de la cantante se ha sentido molesta con el resultado. Pero los legados de los que ya no están deben ir con sus luces y sus sombras, así que el escenario no debe desprenderse del tumultuoso backstage que la acompañó siempre. Y sí, da ganas de querer oír Back to black al volver a casa.
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