La Caza

La caza: Buceando en la oscuridad humana

Con una dilatada carrera a sus espaldas y una fama cosechada gracias a su amistad con la oveja negra del cine actual Lars Von Trier más que por su habilidad para ir más allá de lo establecido, Thomas Vinterberg ha logrado unas credenciales que llevan al espectador a posicionarse claramente momentos antes de la entrada al cine, sin importar el filme de turno. En el caso que ocupa estas líneas, además, se añade el hecho de haber sido uno de los largometrajes europeos más aclamados en cuanto a circuito de festivales se refiere.

 

Palabrería y ademanes a un lado, La caza es un gran ejercicio cinematográfico que, a partes equivalentes, funciona maravillosamente como aventura narrativa y como experiencia empírica. Desde la propia versión del director y de cómo surgió la idea de la película podría parirse otro proyecto igual de interesante que el que ahora se nos presenta, ya que aunque la excusa argumental posee una fuerza natural, no lo es menos el fondo en el que se pretende indagar. Un hombre afable que representa el arquetipo de escandinavo actual pausado, entregado y querido ve tambaleada su imagen y, por ende, su vida a causa de una diminuta mentira que, sin embargo, es capaz de crear la desconfianza y la controversia entre sus allegados. Las dudas morales, la ética fingida o la fragilidad de ciertas relaciones asumidas como de por vida se convierten entonces en el objeto de estudio. ¿Cuánto puede aguantar alguien el achaque de toda la comunidad? ¿Cómo no echar mano de la violencia para defenderse uno mismo cuando el entorno ataca sin piedad?

 

Con el mismo posicionamiento argumental pero no estético que su querido amigo en Dogville (Lars Von Trier, 2003), Vinterberg encierra a su protagonista de una manera más opresiva y claustrofóbica de la que lo estuvo Nicole Kidman en aquel experimento (y ella se encontraba en una nave industrial con líneas en el suelo). El virtuosismo narrativo del director danés tiene aquí una importancia supina para recrear una atmósfera que impele al espectador a sentir un terror ante lo cercano del planteamiento. La familiaridad con la que viste a sus personajes y en especial a Lucas, obliga al reflejo instantáneo en los ojos de quien lo presencia y al estupor horrorizado definitivo con el que afrontar los hechos.

 

Mads Mikkelsen en La Caza

 

Si bien el libreto está escrito con maestría, incluyendo unas acertadas metáforas que toman forma en el mundo de la caza y que proveen a Charlotte Bruus Christensen de unos parajes magníficos para enclaustrar a personajes y respetable por igual con una fotografía lúcida que juega brillantemente con los claroscuros, defrauda de manera comprensible al caer en lugares convencionales que cierran de manera eficaz (que no eficiente) la función, pero dejan sin sentido las pretensiones acaecidas. También resulta llamativa la claudicación ante la comercialidad de la propuesta estética de uno de los firmantes del movimiento Dogma, con transiciones musicales, tiros de cámara establecidos y potenciadores emocionales dispares. No merman el resultado, si bien lo afianzan; pero no deja de sorprender que quien firmó Celebración allá por 1998 ceda ahora ante las facilidades de lo común.

 

Pero si por algo resulta atractiva la oferta es por ver juntos por primera vez a dos de las figuras más importantes de la historia del cine danés. Por un lado el ya comentado autor de la película, que si bien no podrá desligarse nunca de la sombra que proyecta Von Trier sobre su filmografía, puede estar orgulloso de haber aportado su contribución a engrandecer la industria cinematográfica del país de puertas afuera. Y encabezando un reparto por lo demás plagado de caras conocidas del director de orquesta, podemos encontrar al actor nórdico más reconocible en la actualidad, Mads Mikkelsen. El pétreo intérprete de aspecto rudo bendecido con un rostro para encarnar a personajes para la posteridad afronta aquí un reto con mayúsculas. Pues si su muy marcada musculatura y sus facciones agresivas le convierten en el perfecto villano, ya sea en un Bond, ya sea interpretando al caníbal más famoso de la historia para la televisión americana, en La caza debe impregnar de bondad, parsimonia e incredulidad a un profesor de parvulario que se desmorona a medida que los acontecimientos van teniendo lugar. No sólo consigue dar sencillez y calor a Lucas, también aprovecha la belicosidad que su cuerpo proyecta para darle al lastrado personaje la oscuridad necesaria que pide a gritos.

 

Un notable estudio sobre los miedos de la sociedad actual y la sobreprotección que provocan bien abrigado con los necesarios requerimientos narrativos impuestos por el cine convencional.

 

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