Un pequeño bombón nos llega de Francia en forma de una cortita (apenas 80 minutos) y simpática comedia romántica entre dos tímidos patológicos y entrañables. Una película “muy francesa”, que recuerda al estilo de Jean-Pierre Jeunet en determinados momentos y que consigue que el más pertinaz denostador de este género cinematográfico salga de la sala con una sonrisa de oreja a oreja.
Un esplendoroso baile:
Los movimientos de Jean-René Van Den Hugde (Benoît Poelvoorde, quizás lo recordéis como el inepto Brutus de Astérix en los Juegos Olímpicos… esa en la que salía Santiago Segura) y Angélique Delange (Isabelle Carré) en la pantalla se asemejan a los de dos bailarines que se acercan y se alejan sin llegar a tocarse, pero con una fluidez maravillosa y natural al mismo tiempo. La química de la pareja funciona y se convierte en la mejor arma de la película cuando los dos protagonistas interactúan… o lo intentan infructuosamente. Así, algunas de las escenas resultan desternillantes (la del restaurante se merece una vuelta al ruedo) y otras son tremendamente dulces, como si de dos niños experimentando su primer amor se tratara.
Este “baile” se ve acompañado de una banda sonora plagada de ritmos puramente franceses trabajados por un interesante Pierre Adenot, que además arregla algunos clásicos como la rusa Oci Ciornie para que Benoît pueda lucirse. Por otra parte, la película se inicia con J’ai confiancé, sacada directamente de Sonrisas y Lágrimas, pero cantada por la protagonista en francés, curiosamente, la segunda vez que el tema es interpretado en el filme constituye la única escena de la película que está fuera de lugar (me cuesta creer que una mujer tan tímida como Angélique se ponga a bailar por la calle)
Quiero chocolate:
Como ya hiciera Chocolat enel año 2000, la cinta gira en torno a éste maravilloso ingrediente base en la pastelería. Angélique es una enamorada del chocolate y un genio en su uso, Jean-René es el gerente de La Fábrica de Chocolate, una empresa al borde de la quiebra que contrata a Angélique como agente comercial: argumento fácil con chistes preparados y el terreno para el romance abonado… Pero lo que me llama la atención es la defensa del arte del chocolatero que hace la película, tan elocuente y bien preparada que uno sale del cine con ganas de meterse en una chocolatería y arrasar con las existencias (cosa que haría de buen grado en cualquier otra ocasión, pero que el hecho de ver y oír a los protagonistas potencia).
En resumen:
Tímidos Anónimos es una película pequeñita, sin alardes ni grandes pretensiones, pero que logra dos cosas: que salgamos satisfechos del cine y que queramos experimentar con los mil y un sabores que se le pueden dar al chocolate.
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