Hace unos años, una importante tienda multinacional de muebles y decoración lanzaba un slogan que rezaba “Bienvenido a la república independiente de tu casa”. El ya célebre lema sirvió para hacer un llamamiento a todo aquel ávido de redecorar su vida, o incluso como un aviso para los que busca su sitio en su ciudad, país, o en este mundo. Precisamente la protagonista de este film se ha dado de bruces con este slogan, y en vez de ser ella la que renueve su vivienda, será su nuevo hogar el encargado de transformar su vida.
Los viajes introspectivos son una opción más que reiterada dentro del séptimo arte. Bajo esta tipología se encierra Una casa en Córcega. De manufactura belga, esta tímida producción habla de una joven, Christine, cuyo porvenir cambia al recibir como herencia de su abuela una casa sitiada en la isla de Córcega, que le provocará más de un contratiempo en su vida personal. De esta premisa parte la cinta, que se apoya en una narrativa pausada y recogiendo todo el lirismo que ofrece semejante contexto tan campestre. Pero tanta parquedad en esta repentina búsqueda del yo que se le ha planteado no va a ser fácil para ella. Ni tampoco para el público.
Las ganas de salir de uno mismo, la lucha contra la monotonía dentro de la siempre idealizada estabilidad, las ansias de libertad a la que aspira todo individuo, o la búsqueda de soluciones a las respuestas. De todo eso trata el segundo largometraje de Pierre Duculot, donde la protagonista padece de problemas más que comprensibles en esta vida vertiginosa que se tiene en las grandes urbes, y donde la vida agreste ofrece el ansiado reposo. Una circunstancia comprensible, porque son problemas más que normales dentro de las mentes de tantos jóvenes, sin embargo un relato que contiene tanta empatía con la realidad latente aparece finalmente tedioso.
Por desgracia esa casa corsa da más hastío que respuestas. Con un punto de partida más que interesante, la trama carece de complejidad y trasfondo. La más que prometida profundidad apenas es investigada como debiera. Además la actriz, Christelle Cornil, está muy escueta en gestos y resulta poco creíble.
Por otra parte, hay algo en lo que la cinta ha acertado, y es en cómo recoge la atmósfera soporífera en la que se encuentra el inmueble, que por cierto, se cae a trozos. Mediante abundante plano grande el realizador narra esta historia que deja de lejos su intencionado paisaje bucólico. Muy bellos, sí, pero desgraciadamente se quedan demasiado grises para que sea ameno. Este relato de carácter introspectivo deja mucho que desear. Una lástima, debo añadir, porque esta idea es más que interesante para el público. Sin embargo al filme cuesta encontrarle un punto disfrutable.
Como bien afirma en un momento de la película la madre de la protagonista, refiriéndose a la tierra, ésta es “lejana, pero hermosa”. Puede que eso suceda con el metraje. Tanto el paisaje como su temática son atractivos para cualquier público. Pero para nuestros ojos sureños, que apreciamos el sol, tantas brumas se nos hacen hoscas. Esta chica hubiera resuelto mejor sus dudas con más dosis de luz y desparrame, en lugar de tanto silencio en plena naturaleza.
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