El jovencísimo catalán Dani de la Orden, que atesora cierta experiencia como documentalista, cortometrajista y director de piezas publicitarias, debuta en el mundo del largometraje con Barcelona, noche de verano, una inteligente ópera prima que nos sitúa en una noche muy especial en la ciudad condal: la del paso del cometa Rose por su cielo, algo que sucede una sola vez en siglos.
Desde el primer momento, ya se tiene la certeza de que estamos ante un producto hecho con mucha dedicación. La introducción a la película, mostrada en forma de cómic con una agradable y amena voz en off, es un fresquísimo ejemplo de que si las cosas se hacen con cariño y creatividad pueden llegar a salir muy bien, aunque el presupuesto sea, a priori, un impedimento. Por otra parte, el género de las películas de episodios suele ser bastante agradecido si se le trata con cuidado. Abordado por multitud de directores, tanto clásicos como actuales, podría llegar a decirse que esconde cierta magia tanto en su concepción como en el resultado final, ya que posee un innegable aire intimista que casa muy bien con la intención de hacer cine para transmitir emociones.
Así comienza una historia formada a partir de otras más pequeñas y que se van desarrollando a la vez, de forma muy fluida, desde el punto de vista de varios jóvenes: una pareja que no está preparada para la paternidad, una futura estrella del fútbol con un pequeño secreto, dos ex-novios que se encuentran en una situación embarazosa, un grupo de amigos que se reúnen con poca frecuencia, un adolescente que todavía no saber lo que es besar a un chica, y dos amigos antagónicos que compiten por el amor de una guiri. El reparto se compone de una vasta plantilla de jóvenes actores catalanes que dan la talla con asombrosa naturalidad, y entre los que destacan caras como la de chico Almodóvar Jan Cornet. Las interpretaciones más potentes, por su carga dramática, corren a cargo del también participante en la banda sonora del film Joan Dausá, excelente en el papel de viejo amigo que podría llegar a ser «algo más», y Álex Monner, obligado a debatirse entre el éxito y el no ser un hipócrita consigo mismo.
Aunque es cierto que alguna historia funciona mejor que otra, el conjunto es compacto y no llega a derrumbarse por ningún lado. Además, resulta complicado no llegar a empatizar con alguna de las situaciones que nos muestran problemas sencillos, con el amor como denominador común, y que probablemente todos hayamos vivido alguna vez.
Quizá esta cinta no sea el mejor ejemplo para analizar con detalle. Y no por falta de calidad, ni mucho menos, sino porque su sencillez alejada de efectismos se antoja tan honesta como natural para su visionado. El «vicio» para la puesta en escena que De la Orden se trae del mundo de la publicidad imbuye a la película de romanticismo joven, lleno de vitalidad. Al final siempre queda Barcelona, urbe con gran encanto de por sí, donde seguirán ocurriendo muchas más historias, rompiéndose muchos corazones, aflorando muchas sonrisas y surgiendo besos por doquier.
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