El Dictador

El Dictador: Almirante General Soez

Parodiar una dictadura es harto complicado. Significa entrar en terrenos tumultuosos y no todo el mundo puede hacerlo y salir triunfante. Al menos, Sacha Baron Cohen no. Relatar con guasa las hostilidades de un ególatra, si este no es un asesino, no es tarea fácil; pero desde luego más asumible que lo que el intérprete de Borat ha querido llevar a cabo con un personaje que sí es un criminal.

 

Aunque la censura americana sea exagerada se mire por donde se mire, no se debe enarbolar la incorrección política sin sentido porque sí. Si tienes algo inteligente que decir y no te importa a quien le pueda escocer, perfecto. Si eliges un tema tan espinoso como la tortura, la opresión o la violencia hay que andarse con más cuidado, palabra ésta que no se encuentra en el diccionario personal del cómico inglés.

 

El Dictador

 

Es una pena que con una premisa con tantas posibilidades como tiene El dictador se haya quedado todo en una nueva aventura del mismo personaje que Cohen lleva perpetrando desde finales del siglo pasado. Aladeen (así se llama el autoproclamado gobernante) posee la misma esencia que Ali G, Borat o Brüno: una máscara argumental tras la que poder esconderse y soltar toda clase de tosquedades y ramplonerías, algunas de ellas muy divertidas, pero otras sin gusto ni humor ninguno. Banalizar las ejecuciones, proferir toda clase de chistes fáciles contra el género femenino, el descubrimiento del onanismo como culmen humorístico y explotar clichés rozando lo racista es lo que ofrece en su nuevo filme.

 

No es que yo sea ciego al sarcasmo y a la ironía, reconozco que la película tiene momentos muy entretenidos (memorables son las versiones árabes de canciones pop archiconocidas) y unos cuantos sopapos a la administración americana dignos de elogiar (las semejanzas en la comparación entre la subyugada nación de Wadiya y la supuesta democracia que disfrutamos en Occidente son planas y fáciles, pero un tortazo en la cara); sin embargo, es inevitable terminar la proyección con el recuerdo de las bromas más burdas y salvajes en la memoria, aquellas a las que parece que Cohen ha dado más importancia.

 

El Dictador

 

Tampoco es entendible que Cohen no dirija sus propias películas. Todo el circo montado durante su carrera cinematográfica (salvo Ali G. anda suelto [Mark Mylod, 2002]) está orquestado por Larry Charles pero poco o nada parece que aporte a una historia en la que solo destaca su protagonista. Y no es porque el director no tenga a sus espaldas una carrera de lo más digna: ha escrito episodios en algunas de las mejores series de la historia (Seinfeld, El séquito…) y producido y dirigido capítulos de la que posiblemente sea la mejor sitcom en la actualidad, Curb your enthusiasm. Pero en toda coheniada no puede haber un susurro más alto que la voz del cómico.

 

El reparto tiene alguna que otra agradable sorpresa (y no precisamente Anna Faris, quien recientemente dio a entender que estaba harta de hacer papeles de estúpida. Pues desde luego, este no es el camino a seguir). Jason Mantzoukas es lo mejor del plantel actoral. Es un cómico de fama relativamente escasa y de nueva cuña, se prodiga poco en el cine, con una prometedora carrera en televisión (en series como The League, Children’s Hospital [en la que además ha escrito algún episodio]) que resulta en esta película el contrapunto perfecto para el dictador.

 

Con Ali G. se hizo notar, con Borat alcanzó la fama y cierto prestigio, Brüno supuso un traspiés y Aladeen confirma que la fórmula de personajes estrafalarios está más que agotada. El señor Cohen debería dejar la escritura y centrarse en su carrera interpretativa en la que sí brilla.

 

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