Si echamos la vista atrás resulta impresionante ver como Matt Damon ha pasado de ser un personaje del que se cachondeaba medio Hollywood por su escasa expresividad a uno de sus valores seguros a la par que una firme apuesta para los directores consagrados: Clint Eastwood (Más Allá de la Vida), los hermanos Coen (Valor de Ley) o, como ha ocurrido en este caso, Cameron Crowe (Oscar en 2000 por Casi Famosos) A sus 41 años es un actor que no deja de evolucionar ni de enfrentarse a nuevos retos.
En esta cinta Damon, además, se adentra por primera vez en el cine familiar (sin contar con las veces que ha prestado su voz a filmes de animación) y nos regala dos horas entrañables, muy dignas de las fechas navideñas. Por otra parte, al estar basada en la novela autobiográfica de Benjamin Mee, la película no se convierte en la típica historia edulcorada que últimamente se nos intenta colar (la única escena de este tipo que hay rechina tanto que la reconoceréis en cuanto vayáis al cine).
Acertado casting:
Con la base del guión prácticamente cerrada y de sencillo retoque, a Crowe sólo le quedaba reunir a un reparto que tuviera a sus estrellas (no hay mejor gancho que un bellezón como Scarlett Johansson) pero que tuviera en buen feeling general. Algo así se intentó este verano en Estados Unidos con Winter el Delfín con resultados desastrosos (competía con El Rey León y durante dos semanas Disney presidió la cartelera) La suerte, sin embargo, ha sonreído al director ya que la química entre Johansson y Damon es palpable y están tan bien juntos como lo están por separado.
Los papeles infantiles recaen en una interesante terna de nuevos valores. Por un lado está la adorable (y me quedo corto) Maggie Elizabeth Jones, que lleva un corto, una TV Movie y dos películas estrenadas con esta (la otra es Footloose) a sus siete añitos de edad. Por el otro están Colin Ford, interpretando a una versión “emo” de Justin Bieber, y a la menor de las hemanas Fanning (Elle) que, como ya hiciera en Super 8, toca la fibra sensible del protagonista infantil para hacerlo evolucionar. Los secundarios, el cemento de cualquier filme, aportan a la historia una gran naturalidad. Casi dan ganas de irse a trabajar al zoo de marras.
Un cariño que viene de lejos:
El apartado musical recae en las expertas manos de Jónsi, guitarrista y principal voz de Sigur Rós. La relación entre el músico y Crowe viene de lejos, concretamente de Vanilla Sky (la versión americana de Abre los Ojos) para la cual el islandés compuso dos temas, y se concreta con la composición de prácticamente toda la banda sonora de este filme que, además, le ha valido al cantante el entrar por segundo año consecutivo en la quiniela de los Oscar a la mejor canción por su tema Gathering Stories (el año pasado lo estuvo por su participación en Cómo Entrenar a tu Dragón, aunque no pasó el corte).
La banda sonora invita a soñar y da un buen rollo innegable. Combina a la perfección con el uso de la luz que se hace a lo largo de la cinta y cuenta con el fantástico tema Hoppípolla, el mejor y más exitoso de Sigur Rós.
En resumen:
Un lugar para soñar es lo que parece, una película para toda la familia que gustará a los pequeños y emocionará a los padres. Historia de superación para estas Navidades de crisis, pero con un guión sólido y un clima entrañable y acogedor.
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