300: El origen de un imperio
Título Original: 300: Rise of an Empire
Director: Noam Murro
Guión: Zack Snyder, Kurt Johnstad
Reparto: Sullivan Stapleton, Eva Green, Lena Headey, Rodrigo Santoro, Hans Matheson, Callan Mulvey, David Wenham, Jack O’Connell, Andrew Tiernan, Igal Naor, Andrew Pleavin
EEUU / 2014 / 102′
Productora: Warner Bros. / Legendary Pictures / Cruel & Unusual Films
Qué difícil son las segundas partes. Normalmente la muletilla que sigue después se suele cumplir, eso de que nunca fueron buenas… Al menos cuando ésta se convierte en precuela y secuela a la vez, suma puntos y despierta el interés entre los fans de la antecesora…
Qué difícil son las segundas partes. Normalmente la muletilla que sigue después se suele cumplir, eso de que nunca fueron buenas… Al menos cuando ésta se convierte en precuela y secuela a la vez, suma puntos y despierta el interés entre los fans de la antecesora.
Bastante tenía en la cabeza Zack Snyder con Superman como para llevar a cabo tal proyecto; cual espartano se dejó el pellejo en la primera, así que ahora es Noam Murro el que lidera las flotas helenas en pleno mar Egeo. Porque la lucha no se tercia en las Termópilas, como hace ocho años; los guerreros son ahora atenienses y combaten en barcos. Por tanto en 300, el origen de un imperio es el azul de sus capas el que se tiñe con el rojo de la sangre derramada, que será mucha, muchísima: una dosis más que justa para un público que ansiaba ver acción en la adaptación del cómic de Frank Miller, Xerxes.
Como en cualquier testimonio histórico trastocado que se precie, la trama se lleva a cabo por personajes hiperbólicos, no hay más que ver los apolíneos y esculturales soldados griegos. Sullivan Stapleton toma el relevo de Butler: aunque se desenvuelve bien dentro de los esculpidos abdominales de Temístocles, el difunto rey espartano puso el listón muy alto, y claro, el actor australiano, que abusa de demasiado gestos planos para interpretar a un dirigente, queda relegado a segundo plano frente a la grandiosidad que desprendió Leónidas en 2007.
Ahora hay más espacio para el sexo femenino. Eva Green construye a la ardiente y perversa Artemisia, una líder que deja a las malvadas de Disney a la altura del betún. Sus armas serán el morbo que despierta ante el sector masculino y un rencor interno debido a un turbio pasado. Su enfrentamiento–coito con Temístocles es una de las escenas más llamativas del filme. Muy ampulosa, pero muy metafórica. Una comedida Lena Headey es Gorgo una vez más, y Rodrigo Santoro repite como Jerjes: el argumento describe su transformación en semidiós al inicio y a continuación lo confina a ser un espectador más de este blockbuster.
La tecnología una vez más no escatima en detalles infográficos de última generación. Mimo en las nimiedades, desde las gotas de sudor, espadas manchadas de sangre, torsos con sus tabletas de chocolate sombreadas,… Todo sea por esta comparsa cruenta con vísceras y miembros despojados, todo sea por un metraje sanguinolento y belicoso a mansalva. La fotografía de nuevo oscurece la película y consigue el estilo lúgubre en cada secuencia de chroma. Así la violencia sin piedad, los gritos y furia se entremezclan con pigmentos negros y marrones, lo que hace que uno pueda incluso confundir una batalla con otra. La imagen se antepone a un guion engolado y con pretensiones de sentencioso.
Y que no falte tampoco la anécdota jocosa que rodeó a la primera: las alusiones homosexuales. Alguna que otra declaración de un fornido Stapleton (“Sólo tengo un amor verdadero: la flota griega”) será lo que dará que hablar, además de alguna que otra insinuación.
Toda la maquinaria que enciende Murro funciona con esmero, pero le falla el factor sorpresa, del que la primera se adueñó por completo. Ocho años han pasado desde la primera, y guste o no se ha convertido en título emblemático. Gerald Butler se unía a la lista de actores que van ligados a un alter ego en pantalla (como Radcliffe – Harry Potter, o Tatou – Amélie Poulain) porque por mucho bodrio que haga, seguirá siendo Leónidas. El tiempo dirá si Stapleton se queda como el dirigente ateniense, aunque es muy incierto por la falta de garra.
Excesiva para algunos, pero encumbrada por otros, la cinta ofrece lo que su determinado público desea: amputaciones y embestidas a yugulares muy fatigosas de computar y mucho entretenimiento.
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