El bien y el mal se enfrentan una vez más en una historia de animación, dirigidos para el público supuestamente infantil. Se ha visto de diversas maneras, pero pocas veces con una filosofía que despierta tanta pasión y mueve tanto poder: ese fenómeno llamado balompié.
Porque la batalla no se limita al niño héroe frente al ansioso abusador, sino que confronta la chabacanería y mal gusto de los futbolistas triunfadores activados por el negocio a la ilusión ferviente de una afición que se ha contagiado en los bares de tal frenesí. Mucha alegría compartida y vivida ante una mesa que dispone ocho barras con muñecos sujetos emulando la disposición de los jugadores.
Metegol, su nombre original, proviene de Argentina, otro de los rincones de La Tierra donde la pasión por el fútbol es equiparable a la española. El futbolín es el punto de partida de esta película, la primera de Juan José Campanella en estas lides del 3D. Los sentimientos nostálgicos, la superación y la motivación son las tuercas que hacen mover el argumento, utensilios que siempre se encuentran en una película para niños, los últimos y verdaderos jueces de la cinta.
Poco tiene que envidiar este título a cualquier manufactura proveniente de Pixar o de Dreamworks, grandes planos como el trayecto de la gota: mágico e hipnotizador. El monopolio estadounidense va rompiéndose y a la industria de animación entran más nacionalidades, y la tierra de la Pampa acaba de poner su sello.
Mezclando fantasía y problemas costumbristas sitiados en una localidad pequeña, Futbolín aporta un toque más en en la manoseada temática de dibujos. Por supuesto, que no falte la moraleja tan alejada de la vida real: el trabajo en equipo siempre es mejor. El director argentino, único en saber llegar al público con las emociones de sus personajes, sigue la línea aquí, pero sabiendo amoldar dichas inquietudes al género.
Hay aventuras, escenas difíciles y todo ello englobado en una trama que da el toque para que deslumbre. Sin duda es un gran trabajo, pero no rompe tantos moldes como lo hizo hace cuatro años Up. El realizador argentino entra con un buen pase, en la técnica y en el sentimiento, pero no quedará como una de esas artimañas que quedan grabadas en la mente, como las grandes jugadas.
Amadeo, el niño protagonista, tiene un Pepito Grillo, el Capitán, que viene acompañado con otros 10 secuaces, además de un equipo contrario, los burdeos, –perdón, son granates–. Las figuras de madera y hierro rebosan color, con diferentes nacionalidades, como si de uno de primera se tratase, aportan el carisma suficiente para no quedarse en los estereotipos banales de los cuentos de hadas. Cómo no, también hay un enemigo al que batir, aunque sea imposible.
La animación merece el reconocimiento que merece. Quizá no se lleve la matrícula de honor, pero está compitiendo En San Sebastián estos días con los grandes del séptimo arte , y que un largometraje como éste pueda inaugurar un festival, supone la subida a Primera.
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