Esta Alba Alonso (Madrid, 1980) de la que cuento, se crió -literalmente- entre bambalinas: siendo una tierna chiquilla, su madre (la carismática intérprete Pilar Bayona) la llevaba a todas sus giras.
-Muy pronto tuve claro que lo mío era el escenario. Primero, empecé con la danza; y luego, en la adolescencia, me puse a estudiar interpretación… Sí, mi verdadera vocación era el baile, y lo acabé abandonando… Pero en esto del teatro el haber bailado me ayuda mucho. En cualquier caso, yo siempre tuve claro que mi medio era el arte -me confiesa Alba, menuda, de ojos felinos y cabello oscurísimo e indomable.
Alba Alonso es muy calmosa al hablar, y ese sosiego contrasta con la viveza casi infantil de sus ojos verdes. Yo la descubrí allá por 2001, cuando ella trabajaba en «Compañeros» (Antena 3). Recuerdo perfectamente un capítulo de esa exitosa serie en que Leonor, «Leo» (el personaje adolescente que interpretaba Alba), se había propuesto organizar un botellón sin alcohol, a fin de demostrar a sus profesores que algunos jóvenes eran capaces de disfrutar en la calle -de noche- con el único aliciente de una compañía adecuada. Tan original era la propuesta que Leo concedió, finalmente, una entrevista a una cadena televisiva; éstas eran algunas de sus declaraciones:
-Todo en la sociedad (la familia, los medios de comunicación, los anuncios.) nos invita a beber, a salir, a divertirnos… ¡Pero luego se nos prohíbe beber porque somos menores! ¿No hay algo contradictorio en todo esto? (Risas).
Traigo a colación este diálogo para dar cuenta del abanico interpretativo de Alba Alonso. En lugar de enfurecerse, tras haber puesto patas arriba -con razón- esta sociedad consumista, Alba otorgó a su personaje Leo (que era pobre de espíritu: no en vano, le costó sudor -y alguna lágrima- superarse a sí misma, actuar de acuerdo con sus ideas, organizar, en fin, una movilización de semejante trascendencia) un matiz: la risa. Cuando Leo lanza aquella pregunta al aire («¿No hay algo contradictorio en todo esto?»), sonríe levemente, con una mezcla de pudor, picardía y confusión. Y, de este modo, no quita hierro al asunto, todo lo contrario: enfatiza -midiendo muy bien sus fuerzas- la frase.
-La tele, pese a no ser artísticamente tan gratificante como el teatro o el cine, me ha dado muchos reflejos y muchos refuerzos, me ha ayudado a desenvolverme delante de una cámara…
Ha pasado casi una década -decía-, y Alba Alonso no ha cejado en su empeño por trabajar el detalle, que es la única verdad interpretativa. Esta meticulosa actriz, más que acercarse a sus personajes, se encuentra con ellos, tras el obligado estudio. Valle-Inclán (autor que sé muy querido por Alba) explicó en una entrevista para el diario ABC (1928) que el creador ha tenido distintas posiciones a lo largo de la historia: De rodillas (cuando el autor es inferior al personaje: ahí está la épica), de pie (si se igualan los personajes al creador: pensemos en Shakespeare) y desde el cielo (el autor está por encima de los personajes: la posición natural del esperpento, consecuencia del enajenamiento y del distanciamiento artístico). Alba Alonso, sinónimo de naturalidad, estaría -según la teoría de Valle, aplicable, a mi juicio, al intérprete- de pie.
Las encarnaciones de Alba son un fiel reflejo de su personalidad. Revelaré, para que el lector se haga una idea de cómo es la actriz, el siguiente detalle: cuando ella y yo nos conocimos, le recomendé algunas películas de Ingmar Bergman (santo de su devoción), y ella apuntó los títulos pausadamente, con mucho cuidado, marcando el trazo, sin dejar de escucharme, sin dejar de saciar su infinita curiosidad. Así da vida Alba a sus personajes, llegando a sufrir las consecuencias de éstos:
-Ahora estoy interpretando -me confiesa Alba, con los ojos de mirar inquieta- a una yonqui para una película (aún en fase de grabación) de Maggi Peren, junto a Natalie Poza, Álex González, Hubert Koundé… Ese pequeño papel tan extremo me ha atormentado, me ha producido un gran desasosiego…
A esta joven actriz le reprocharon en algún casting su «excesiva» vocalización. Cuando me enteré de tal dislate (al contrario que la mayor parte de los actores de nuestra generación, opacos y atropellados, Alba es dueña de una dicción fluida y cadenciosa), sentí ganas de fraguar un escrito incendiario contra algunos mangantes magnates de la industria audiovisual. Pero es más provechoso seguir el ejemplo -el detalle- de la propia actriz: dibujar, en el público inteligente y sensible, sutiles sonrisas que no eluden la melancolía o la crítica. A eso aspira uno.
La aventura de Rosa (cortometraje de Ángela Armero, 2008):
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